En el día después, aún no despejada la resaca de la jornada electoral y con alguna incógnita sobre ciertos futuros inmediatos, hay cosas que sí están claras.
Meridiano es, por ejemplo, que lo local se ha jugado en un campo mucho más grande, en clave nacional y con ayuda de de la ametralladora mediática. Así, por ejemplo, no han valido apenas las propuestas, los programas y las propias campañas realizadas (o no realizadas), sino las horas de televisión, la crispación y, por qué no decirlo, la repetición hasta el vómito de la mentira. Estas elecciones se han vendido como un plebiscito al gobierno central —el discurso de Sanz en cualquier debate, entrevista, canutazo o besuqueo de bebé en Sevilla era invariablemente «vamos a acabar con el gobierno de Pedro Sánchez»— y ciertas cuestiones nacionales se han asomado al balcón de lo municipal para echar cántaras de agua fría sobre las ilusiones de cambio de no pocas candidaturas, prácticamente todas de izquierda.
También, porqué no decirlo, han sido determinantes los errores, algunos de cálculo y otros de bulto, sobre la propia campaña, sobre el alcance del tiro y sobre la efectividad del arma: donde muchos pensaban estar disparando con modernos fusiles se han encontrado que en realidad tenían escopetillas de plomo o, en el peor de los casos, tiracorchos. Cabe pensar que, durante los próximos días, se produzca una cascada de dimisiones o exigencia de responsabilidades en los principales vencidos, algo que puede suponerse como un doble pero quizá, necesario castigo. También cabe suponerse un atrincheramiento con el pretexto de «nos vienen las generales», pero visto lo visto, si la logística de la preparación de unas elecciones es el único argumento, es que la dimisión es triplemente necesaria.
Cabe tiempo y oportunidad de reflexión sobre el crecimiento del espacio conservador, y aún más sobre la ola reaccionaria que trae detrás —a la que le importan un higo estas elecciones y las que vienen dada su esencia profundamente antisistema, y si ha de comprar apoderados, lo hará con algarada—, sobre el decrecimiento de opciones que aún habiendo mejorado ostensiblemente la vida del común, están siendo denostados en prácticamente cualquier espacio de acción (el mediático, el vecinal, el electoral) y, también, quizá por su importancia, cuánto le va a crecer el maniqueísmo al PSOE en sus próximas jugadas.
Esto nos lleva a pensar si Pedro Sánchez —impelido por la lectura nacional que los medios y el oponente van a intentar impone sobre el relato de estas elecciones— no se marcará un Susana Díaz para convocar elecciones antes del fin del mandato, almibarando la opción sumatoria de su vicepresidenta y descartando el motor morado para ponerle uno de izquierda verde clarita. Porque esa esa la segunda lectura que se estila en estas elecciones: que Madrid capital y su cosmología política es importante incluso en Torremocha de Jarama —un pequeño municipio madrileño de apenas 1097 habitantes pegado a Castilla la Mancha. El desapego del cognato másmadrileño de Errejón —que en el resto de España, y especialmente en Andalucía ha ido en confluencia con Podemos, Izquierda Unida y partidos varios— del Podemos madrileño y su relativa victoria, una victoria pírrica para la izquierda, polarizará el sentido de las conversaciones que en los próximos meses se tengan en el cuadrilátero propuesto por Yolanda Díaz. Tal y como reflexiona Pablo Elorduy, se queda linda semana para ver si tras la noche de tristeza se sacan los cuchillos para terminar de despiezar al marrano.
Sea como fuere, hemos de prepararnos para un cambio de ciclo político antinatural, impuesto desde otras esferas que no son las plebiscitarias, y que, sea cual sea el signo final elegido, tendrá mucho de postapocalíptico.