En estos momentos en los que los votos están cayendo en las urnas me asaltan muchas inquietudes. Todas encarnadas en la pregunta principal ¿Y ahora qué?
En La Rinconada parece que el resultado es evidente. Una mayoría absoluta alcanzada por el partido de siempre. Podría ser sinónimo de estabilidad política pero también como falta de imaginación en los bloques de las alternativas. ¿Acaso el partido de siempre es tan perfecto que no hay quien encuentre una brecha? ¿O que no hay otra manera de gestionar los más de 60 millones de euros de presupuesto?
Tanto a izquierda como a derecha han habido cambios. Esfuerzos en renovaciones que ahora se deberían enfrentar a los resultados cosechados. Y aquí ya no deberían de valer lamentaciones ni excusas. Toda aquella organización que quiera sobrevivir deberá hacer sus cálculos para saber si la relación coste y beneficio es la esperada. Si la cantidad de votos no han sido los suficientes sería lógico averiguar el problema y ponerle solución. ¿O acaso no hay votos suficientes en los abstencionistas como para, al menos, hacernos dudar de esa mayoría absoluta?
Y la cosa no va solo de partidos. La gente de a pie, distraída en redes sociales, prestando atención a las notificaciones que disfraza lo urgente de importante y consumiendo su vida en un scroll infinito en busca de un poco de dopamina. Esa gente que le sobra mes a final de sueldo, como se decía antaño, esa gente; ya no puede más. Basta de culparlos. Basta de escudarse en que la desafección política es culpa suya. Los mejor posicionados, los que tengan un trabajo con apariencia estable deberían aplicar ética a lo que hace. Porque ellos también son sociedad, también son “política” y lo que, para mi es más importante, son cultura viva. Una cultura como la española que debería ser vanguardista ajena a ideas retrógradas y alienantes. Una cultura y un país que denunciaron los desahucios creando el 15M como reclamo de más justicia social. Una cultura y un país que supieron salir a la ventana a aplaudir al personal sanitario que se jugó la vida por nosotros. Una cultura y un país que muchos dicen representar y que pocos escuchan de verdad.
Mucho camino nos queda por recorrer. No veo yo a los partidos haciendo gala de que en la diversidad de sus ideas está su fortaleza. No creo que sea fácil cambiar la obsesión por el control ideológico. Difícil encontrar organizaciones donde lo esencial sea la confianza mutua del que milita a tu lado. Es cierto, soy un idealista, a veces cándido y otras un optimista desencantado. En mi “tripolaridad” al menos tengo coherencia pues creo que llegará el día en que la política deje de dar tanto asco.