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«Libertad o comunismo» era el lema de campaña de Isabel Díaz Ayuso en los comicios a la Comunidad de Madrid. Un lema directo, simplista y reduccionista que, por lo mismo, era excluyente. No obstante, un lema muy pensado y anclado en la nueva realpolitik ultraconservadora en la que el discurso se reduce a la mínima expresión: el meme.
No es infrecuente ver titulares en los que un político «aplasta» o «da una paliza» a otro, o aquellos en los que un tribunal de justicia «tumba» esta o aquella reforma o ley. Tampoco son ajenos los programas de televisión en los que se blanquean actitudes y discursos xenófobos, autoritarios o filo-fascistas disfrazándolos de acaloramiento en el debate. Estas actitudes y gestos han llegado incluso al lugar más sagrado de nuestra democracia, el Parlamento, sin que se haya producido el más mínimo rubor en nuestras instituciones, en parte por falta de costumbre, en parte por carecer de los debidos mimbres legales para ello.
«Un fantasma recorre Europa» comenzaban Marx y Engels el preámbulo del famoso Manifiesto Comunista. Hoy en día, podría completarse «el fantasma del fascismo». Un fascismo provisto de máscaras, códigos y embozos, sabedor de que no puede mostrarse con su cara desnuda. No obstante, en sus palabras y mensajes nos deja clara cuál es su visión del mundo, un mundo reducido y reduccionista, donde no caben más ideas que las proclamadas por su Estado Central, donde no cabe la diversidad, donde no cabe lo diferente.
Sus soflamas, incendiarias y exacerbantes, provocan dos reacciones, complementarias y opuestas, dirigidas a hacer de nuevo vigentes las palabras de Machado:
Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
Antonio Machado
Se tiende a pensar que los votantes de Vox tienen el perfil del cateto, del tonto del pueblo, del facha, del pijo, del señorito. Flaco favor le hacemos a nuestro país al suponer así, pues es más grande de lo que creemos y más diverso de lo que vemos. También las motivaciones para decidir votar a la ultraderecha son muchas, y pocas tienen que ver con la ideología. Tienen que ver más con los rescoldos de una crisis de representatividad no totalmente resuelta que busca soluciones en su indignación, con una evidente polarización y, no lo olvidemos, con el importante componente del negacionismo como eje motor.
Los marcos mentales empleados en el negacionismo —ya sea sobre la pandemia, la forma de la tierra o sobre el estado de la economía— son los mismos que las ultraderechas utilizan para mostrar un mundo en el que los datos oficiales son mentira y, por tanto, los gobiernos que los emiten, son consecuentemente mentirosos y traidores. Por lo mismo, las elecciones están amañadas y pueden soltar que el Ejecutivo es ilegítimo.
Pero no vayan a pensar que el uso de estos marcos mentales —y los mecanismos oratorios que los producen— son por una supuesta inferioridad intelectual de los pensadores reaccionarios. Antes al contrario, son muestra de una detallada y minuciosa estrategia diseñada para aprovechar el atolondramiento de la población frente al maremoto de informaciones contradictorias, para usar la falta de tiempo y de herramientas críticas para discernir totalmente qué es verdad y qué no. En pocas palabras, para hacer empleo de las fake news, de la post-verdad que Trump inauguró a escala planetaria y que llegó para quedarse.
No obstante, ¿qué puede hacer el resto del arco parlamentario, político e ideológico?
Las derechas moderadas tienen en nuestro país un amplio historial de aprovechamiento ruin de las desgracias nacionales, por lo que solo podemos esperar que dejen de mimetizarse con las opciones ultra, empleando sus mismas estratagemas y herramientas. Podríamos también esperar, bastante ingenuamente, que dejarán de lado la búsqueda de poder en favor del interés general. Podríamos suponer que, esta vez, sí serán patriotas. Podríamos pensar en todo esto, pero luego deberíamos recordar que estas elecciones son un calco a mayor escala de las celebradas en Castilla y León y cuyo fin último no es asegurar la gobernabilidad, sino implementar el pensamiento de que el cambio de ciclo ha llegado para quedarse. Podríamos creerlo, pero luego nos encontraríamos la dura realidad al escuchar a Ayuso —con un cartel de Andalucía Avanza por atril— que va a dar instrucciones precisas a la Inspección Educativa para retirar «libros de texto sectarios». No es que pueda hacerlo legalmente, pero aquí, como en los regalos, lo que cuenta es la intención. Y ojo, porque el lugar escogido para decirlo no es trivial: es un aviso para navegantes, para aquellos que, malenvueltos en la bandera nacional, quieren hacer precisamente lo que Ayuso ha justificado.
El centro, ese hipotético y tan buscado como nunca encontrado centro político, bien podría por empezar a definirse, dejar de jugar al despiste dialéctico, llamándose unas veces liberal y otras, progresista cogiendo las vestimentas del constitucionalismo —ese otro constructo vacío creado para ser usado, no llenado— para justificar pactos que, de nuevo, tienen más de acceso al poder que de España. Veletas sin viento, que se le llama en mi pueblo.
¿Y las izquierdas, que experimentan reedición de pactos a gogó —al modo gallego, diez años después—, qué tendrían que hacer? Estaría bien por abandonar el discurso de la contienda, comprando el relato belicista, por muy al hilo que venga, de la conquista y reconquista de derechos. El primer hito ha de ser discursivo: dejar de defendernos. Atrincherados y parapetados tras las cada vez más flacas e irrelevantes murallas ideológicas no se plantean soluciones a los problemas de la gente, sino que de nuevo, solo se plantean posibilidades.
Y no es posibilidades lo que se necesitan, son verdaderas alternativas, construidas bajo el prisma de la ilusión, no el de apretar los dientes para resistir el golpe que, sin duda, nos va a caer. Alternativas que, conscientes de los retos y desafíos que estos tiempos interesantes exigen no solamente a los partidos y organizaciones políticas, sino a la gente a la que aspiran representar.
El economista Juan Torres enunciaba en un acto, hace unos días, que estamos a las puertas de un cambio de magnitud civilizatoria. Alguno de los asistentes se revolvía en su asiento, incómodo ante lo que parece un alarmismo. La realidad es que no es la sensación de alarma lo que provoca la incomodidad, sino que, de nuevo, unos marcos mentales forjados a base de estrechar miras, no permitían visualizar el peligro que viene.
Sin duda es esta la mayor prioridad para las izquierdas: ampliar los marcos para lograr que no se pueda utilizar «libertad o comunismo» como lema de campaña sin que el votante sepa que le están tomando por imbécil. Ampliar las miras para lograr que el miedo a las derechas no sea paralizante ni impida encontrar nuevos horizontes. Ser capaces de explicar a la ciudadanía lo logrado en estos años de gobierno socialcomunista para el conjunto de la sociedad —sí, también para los votantes de Vox—.
Todo esto en un tiempo relativamente corto, pues cuando el fascismo se desvista finalmente de su disfraz de libertad, ya será tarde.