Las noticias que nos llegaban del día 22 de agosto expresadas en cualquier editorial de prensa tradicional (El Mundo, ABC, El Español, El Confidencial, The Objetive, La Razón, los del grupo Vocento, etc. y «casi» El País) y en titulares televisivos (Atresmedia y Mediaset y «casi» TVE) coincidían, unas con más descaros que otras, en una idea fuerte: la dificultad de gobernar la próxima legislatura que ahora ha de iniciarse, dicho en pocas palabras: «más vale bipartidismo que extrema derecha».
La idea es poner piedras en el camino porque a los suyos, o sea Feijóo y los de Vox, se le habían quedado la cara planchá y bien planchá en el resultado electoral y, por supuesto, se evidenció, aún más, en la toma de posición de la constitución del Parlamento y su mesa u órgano de dirección. Se trataba de enviar un mensaje subliminal a la ciudadanía: que el camino de retomar la costumbre (término que días más tarde casualmente empleó el Borbón Felipe) de gobernar sin tensiones era volver a recuperar el bipartidismo, ahora en versión 2.0, es decir volver a hacer el paripé de que algo cambie, pero que nada se trastoque, ya que el poder oligárquico poco democrático se sigue sosteniendo por la influencia de la dinastía borbónica y sigue operando entre bambalinas. No soportan ver perder ni siquiera pequeños ápices de sus amplios privilegios. No soportan ver que el ciclo abierto por el 15M-procés-8M haya derivado a una nueva mayoría parlamentaria que desembocó en un nuevo bloque de dirección de Estado progresista, feminista, soberanista y plurinacional.
Sin embargo, en contraposición pude encontrar en Twitter un mensaje de Rosa Mª Artal que decía «Esta es la derecha que precisamos. Antifascistas, democrática», e ilustraba esta frase con una imagen de los componentes del grupo parlamentario del PNV. Aitor Esteban, su portavoz, en la cadena SER había expresado momentos antes: «Nosotros, con la ultraderecha, que son los fascistas, nada que ver, ahí no hay camino para la investidura del señor Feijóo». Todos sabemos que el PNV es un partido de derechas, pero enraizado en principios democráticos, muy distintos a los de PP y Vox.
Esto me lleva a escribir al respecto.
El PCE en la Transición había aceptado postergar 3 preceptos principales para los comunistas españoles, los cuales eran: república, Estado federal y derecho de autodeterminación de los pueblos.
A cambio, el Estado debía cumplir con los derechos sociales que reconoce la Constitución: derecho al trabajo, al pleno empleo, sanidad y educación pública, sindicalismo, defensa del medio ambiente, derecho a la vivienda, pensiones adecuadas, etc. Esa renuncia se hacía para facilitar un mayor avance en convivencia democrática.
Evidentemente, los 3 preceptos se cumplieron a rajatabla por la parte del PCE, pero la otra parte solo maquillaba su parte contratante, de ahí que posteriormente ya en la década de los 90, Julio Anguita desarrollase la teoría de las «Dos orillas», por aquel entonces IU se situaba en una orilla y en la otra PP, PSOE, CIU y PNV, pues se conformaron varios gobiernos que no sólo no destaparon esa corrupción sostenida y heredada, sino que la ampliaron, ni tampoco abrían el melón de cuestionar el dominio económico heredado de la dictadura, además de estar éste bien ensamblado por la dinastía borbónica y con amplio respaldo del poder militar, mediático, eclesial y judicial. Ni el PSOE podía ser oposición frontal al PP ni viceversa, pues en lo esencial era lo mismo: de ahí ese dicho que se ha hecho lapidario y tan perjudicial para nuestra democracia: «Para qué, si todos son iguales».
A raíz de esto quiero hacer dos consideraciones con respecto a la decisión escrita del Jefe del Estado y que cómo la máxima autoridad política debería haber analizado con mayor rigor: la España política de después de 1978, nada tiene que ver con la España surgida tras el 15M y su vertebración en las elecciones, por lo que usar el término «por costumbre» tenía que haberse cambiado por «responsabilidad institucional».
La costumbre era lo que ocurría en el bipartidismo, la responsabilidad institucional es lo que se empezó a aplicar a raíz de 2015. Por tanto, esta fórmula, a mi modesto entender, es la que debería haberse aplicado: responsabilidad institucional. Todo esto me lleva a corroborar la expresión de Aitor Esteban (PNV): España necesita una derecha democrática, o sea que rompa con la genética nacionalcatolicista, franquista y amante del golpismo.
Hoy ya no se hacen golpes de estado efectuados por militares, sino que se hacen a través de los mecanismos que controlan ese estado oculto cloaquero (recordad el escrito de más de ochenta altos mandos militares en la reserva que expresaron por escrito que seis millones de españoles mal nacidos deberían dejar de existir y ninguna institución judicial intervino en contraposición a un rapero al que condenaron a cárcel por cantar en su rap letras que molestaban a la Corona) o la expresión del mismo alcalde de Madrid, Almeida (PP) reconociendo que «somos fascistas, pero sabemos gobernar».
En conclusión, en este siglo XXI España necesita avanzar en el campo ideológico del sector conservador. Al igual que el PCE supo ceder por el bien de España (cuestión que no ha sido reconocida en la dimensión que se hubiera deseado y por propia justicia), le corresponde ahora a las nuevas generaciones de los Sémper 1Borja Sémper, diputado del PP que abandonó en 2020 sus cargos en el País Vasco —donde llegó a ser presidente del partido— por su descontento y en medio de polémicas y enfrentamientos con Cayetana Álvarez de Toledo, identificada como el ala dura del PP. Vuelve en 2023 a la política activa. y compañía para dar un paso al frente, demostrar con hechos y no con palabras que apuestan por fortalecer la democracia y la no reedición del bipartidismo, en un compromiso público de que, a partir de ya, todos los acuerdos con Vox surgidos tras el resultado electoral de las autonómicas y municipales del 28 de mayo quedan anulados a perpetuidad.
O lo que es lo mismo, lo que se practica en Alemania, Francia, Países Bajos, Bélgica, Dinamarca y otros: cordón político a las extremas derechas porque, a la larga, éstas se convierten en un cáncer para las democracias.
Sería la manera más visible de empezar a ver en España una derecha democrática y tan necesaria. Una derecha que defendiera sus intereses conservadores pero dentro de unas reglas nuevas. Hay cosas que necesitan un poco de práctica y una de ellas debería ser empezar a ver pasos en la dirección marcada por Aitor Esteban. O sea, recuperar aquella derecha reformista que intentó hacer el CDS, que fue frustrada, en parte por la ambición del césar Felipe González, que oyó cantos de sirenas de que, si nombrara a Fraga, líder de Alianza Popular —casa común del franquismo tardío— como líder de la oposición, se le perpetuaría en el poder por varias décadas, como así quedó demostrado en la historia reciente. Afianzando así ese bipartidismo nefasto que hemos padecido durante varias décadas. Es esta fórmula lo que tanto desean reproducir, la del bipartidismo imperfecto, o sea por costumbre frente a la de por responsabilidad institucional y democrática, que es la que España demandó en las elecciones del pasado 23 de julio, la de una España diversa, feminista, plurinacional, soberanista y, si me dejan expresar, con aires y deseos de un horizonte republicano…
En tres palabras: una España más democrática.
O expresado con palabras de Isa Serra (Podemos): «quienes entendemos la democracia plena como aquello en la que no existen desigualdades sociales, en la que se respeta la diversidad cultural y la plurinacionalidad, y sabemos que hay pendiente una democratización de los poderes del Estado».
Para dejar atrás el fario de los Felipes que nos han tocado soportar, es necesario cambiar cultura de bipartidismo por cultura de coalición.
Notas al pie
- 1Borja Sémper, diputado del PP que abandonó en 2020 sus cargos en el País Vasco —donde llegó a ser presidente del partido— por su descontento y en medio de polémicas y enfrentamientos con Cayetana Álvarez de Toledo, identificada como el ala dura del PP. Vuelve en 2023 a la política activa.