Desde el 24 de julio hasta el día 17 de agosto oiremos incesante y cínicamente titulares de prensa miles y desde tertulias radiofónicas o televisivas, toda una variopinta retahíla de difamaciones sumadas a una saturación de panfletos de las prensas de las derechas y cadenas televisivas y radiofónicas (o sea, casi todas por no decir todas) calificando al posible gobierno de coalición progresista como vende patrias a vascos (pro etarras) y a catalanes (independentistas) pues me he hecho un don Tancredo y me pongo delante del toro a escribir este artículo. Me voy a centrar en uno muy particular publicado en El Confidencial Digital, titulado «D. Felipe, ¡échale huevos!», el pasado día 6 de agosto.
Apreciado/a periodista Carolus Aurelius Cálidus Unionis, usted que es incapaz de firmar sus ideas y tiene que disfrazarse bajo un pseudónimo. Usted, que supongo que se matriculó en la facultad de Ciencias de la Información (así debe rezar su título académico), que no de la Opinión, quiero expresarle, como usted sabrá, que una de las premisas que debe seguir su oficio, si quiere ejercer una prensa ética y de calidad, es distinguir entre información y opinión. ¿Se puede y se debe opinar sobre la realidad? Pues, sí, pero lo que no se puede es enmascarar la realidad con «opiniones personales» y menos aún crear una realidad inexistente, con datos falsos, imprecisiones calculadas, con expresiones inadecuadas, llenas de odio y menos aún desde la óptica profesional, porque a usted le han debido enseñar que la información tiene un nexo con el mundo real, y es que se puede corroborar, o sea que se puede contrastar, verificar. Sin embargo, la opinión es hija de la preferencia personal de cada cual. Cualquier opinión es subjetiva porque en ella entra en juego las muchas ideas preconcebidas y automatizadas como consecuencias de las vivencias personales, de la ideología que se profese, de la formación recibida y/o de las instrucciones dadas. La suya es más que evidente. Por dicho motivo, información y opinión no deben mezclarse en un mismo paquete a la hora de transmitir una noticia, porque son incompatibles. Se supone que usted debería saber que su Majestad tiene la obligación de aplicar la Constitución con base al artículo 99, y no en exhortarle que le eche huevos. ¿Exhórtale a qué, a un golpe de estado blando? Más le vale de que se aplique a usted mismo esa honestidad y honradez que cínicamente mencionas en su escrito y sobre no se esconda en ese seudónimo imperial romano y hágale caso a Kapuściński.
Kapuściński dijo que el periodismo no es un oficio para cínicos. Entendemos por cínico a aquella persona que actúa con falsedad, que comete una falta, pero no se hace responsable y que, por ello, distorsiona los hechos para salir librado y dejar en los otros el malestar o la responsabilidad (ejemplos gráficos de ello son, además de usted mismo, sus semejantes Eduardo Inda y Antonio Ferreras, por citar algunos conocidos, o sea los de: ¡Es demasiado burdo, pero voy con ello!) Y es que en los tiempos que vivimos la ética profesional en este oficio está en entredicho, porque la coexistencia entre la verdad (información) y la mentira (bulos y fakes news) no son claramente diferenciables. Sé que es difícil resolver estas cuestiones: ¿Cómo moverse entre la investigación y divulgación de la verdad y los condicionamientos del poder, que en definitiva es quien paga? ¿Un medio informativo puede estar gestionado por grandes corporaciones financieras cuyo objetivo principal no es la información sino el negocio? ¿Se deben ocultar los falsos rumores y la fabricación de noticias falsas en la supuesta libertad de expresión…?
Aquí recurro a una leyenda de cómo Diógenes cuando caminaba por las calles de la antigua Atenas con una lámpara encendida en la mano, en plena luz del día. Cuando alguien le preguntaba por qué tenía una lámpara encendida, él contestaba: «Estoy buscando a un hombre honesto». Y es que para ejercer este oficio se ha de contar con un mínimo de dignidad, como se refiere Kapuściński. Honestidad no se vislumbra en su artículo.
Por poner otro ejemplo. Es frecuente ver en determinados medios informativos (¿?) a un experto con cierto prestigio en economía o en otra materia, que en lugar de informar objetivamente está vertiendo sus opiniones personales y sobre todo, ideológicas sobre un asunto concreto y que automáticamente el espectador lo da por bueno y por fiable, por desconocimientos de esa materia y por no saber distinguir si está siendo engañado o le están diciendo la verdad. Y es el que hace de moderador (se supone que periodista) es el que debe ejercer su papel de árbitro, y si ese invitado está cometiendo una falta, sancionarla. Otro ejemplo claro de esto puede ser la entrevista en RTVE de Feijóo dando datos de la revaloración de las pensiones, cuando la célebre periodista Silvia Intxaurrondo le dijo: «no es correcto, señor Feijóo» frente al silencio cómplice de Vallés y Ana Pastor en el debate entre Pedro Sánchez y Feijóo en Antena 3. O sea, que esas actitudes condicionan nuestras voluntades.
Y es que los que manejan los hilos en el poder oculto saben de sobra que el que narra los hechos y quien construye los relatos es el que gana la batalla cultural. Porque queda demostrado que con un buen planteamiento de políticas económicas y sociales no se consigue el apoyo de la gente, es una condición necesaria pero no suficiente. La batalla profunda es la batalla cultural, que es la que se da en las mentes, a través de las sensaciones. Si no fuera así, los trabajadores siempre votarían a las izquierdas masivamente.
Es notorio que desde la aparición de las grandes corporaciones tecnológicas, cuyo objetivo primordial es el estado de sus cuentas, como Google, Facebook, Youtube, Twitter…, y esa red interminable de youtubers, tiktokers, blogueros, influencers o tuiteros ocasionales, surgidas a sus sombras, se está poniendo en juego la democracia porque la información es un bien público necesario para desarrollarla en su esencia y que como ciudadanos libres necesitamos una información segura y fiable y para ello es esencial que: la información sea conforme a los hechos, humanidad y respeto por los demás, transparencia y reconocimiento de los eventuales errores… vuelvan a ser los puntos cardinales del periodismo. Si el discurso periodístico estuviera centrado en hacerle llegar a la ciudadanía la diferencia entre el valor de lo público, por decir algo, frente a las privatizaciones, si los redactores de los medios cumpliesen con sus principios éticos de informar, otro gallo cantaría.
Sabemos que existen jueces corruptos, cirujanos incompetentes o profesores o sacerdotes que cometen abusos sexuales, pero cuando decimos: juez, cirujano o profesor o cura, en nuestro interior se produce un concepto ético y moral de ese oficio que choca frontalmente y se produce esa distinción entre lo que es y lo que debe ser. Pues eso, es imprescindible y esencial que el periodismo, que en su esencia está sujeto a unas normas éticas, sea guía de una sociedad democrática. Nunca le entenderé a Carolus Aurelius Cálidus Unionis, y menos aún a El Confidencial Digital por darle publicación a esa sarta de insultos «literarios». Lo dicho en democracia necesitamos informaciones diversas, contrapuestas, pero dentro de los principios éticos y deontológicos del oficio del periodismo, del que usted (y muchos como usted) da muestras sabidas de que está muy alejado. No sé si me he explicado o no. Pero como decía Quevedo, «es amarga la verdad, quiero echarla de la boca…». Y necesitaba expulsarla, pero sin ocultarme en pseudónimo.