Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti, pensando en ti como ahora pienso José Agustín Goytisolo
Anoche soñé que soñaba…
¿Por qué tú? ¿Por qué a ti? Esa pálida dama te azotaba ese manotazo duro, brutal, sin piedad. Ese empujón homicida, letal. Te derribaba.
Hay algo que explicar y no puedo. Y aunque sepa que el camino que anda la vida lleve como sombra a la muerte, hay algo que es difícil explicar. Pero como dice Sabina, la muerte es solo la suerte con una letra cambiada. Alguien o algo cambiaron esas fatídicas letras; la ese por la eme.
Un sueño soñaba anoche… y es que quise plantarle desafío a esa pálida dama. ¡Tremenda cosa la mía! Y miré a la muerte cara a cara, y quise mirarla a los ojos, por si acaso los tuviera, y le solté con vehemencia: ¡te equivocas! ¡Te equivocas, como tantas veces!
¡Vete! Vete a otro lugar, a esos campos de batalla quizás y deja a Alejandro vivir en su paz tan amplia como la mar.
¿Es que no ves, acaso, que Alejandro no ha hecho mal alguno a nadie? Sí, la respuesta es a nadie.
¿Es qué no ves, acaso, su alma cargada de buenos deseos? Con ese afán de superación como docente universitario, con esa profesionalidad empresarial en auge, con esa inmensa esperanza de ver crecer de manera integral a su Alejandra.
¿Es que no ves, acaso, cómo solucionaba los problemas y los resolvía con su tranquilizadora y amplia sonrisa?
¿Es que no ves, acaso, lo que goza, gusta, ama y también olvida, lo que haya que olvidar?
¿Es qué no ves, acaso, que su tiempo sobre la tierra no estaba agotado? Que sentía día a día el calor de sus familiares, de los que se fueron y de los que quedan.
Y la explicación que veo y no logro entender es que quizás en ese repaso, que se da en este momento, habiten situaciones incomprensibles a la razón, que navegan invisibles y que de repente se hacen presentes, se hacen patentes.
¿Es que no viste, acaso, esa impresionante despedida que le dispensó su gente, la gente? Los muchos amigos con los que deleitaba alegrías gozosas: bromas, chistes, gritos de ¡Mi Sevilla, campeón!, de cervezas y vinos compartidos en las casetas de feria o en las quedadas improvisadas después del trabajo realizado… Y tantos miles de detalles más.
¿Es que no viste, acaso, que esas amistades derramaban ríos de lágrimas sentidas, de las de verdad? No, no había postureos. Convencido estoy que no pudiste calcular el número de personas presentes en su funeral ¡Seguro, seguro que no! Que no has podido contabilizar el cariño infinito de esa red de amigos y conocidos que ha podido compartir en su corta vida, injustamente aniquilada. Oh muerte. ¡Te digo, te lo repito, te equivocas una vez más!
¡Te equivocaste una vez más! ¿Es qué, acaso no sabes que Alejandro era valorado y respetado profesionalmente en sus competencias y él nunca consideró tóxicos a los otros?
¿Es que…? Hay tantos «es que»… Te lo has llevado injustamente, aunque yo te diría: nos lo has robado injustamente y por eso sé que hasta el día de su juicio final Dios será juez y parte porque será también su abogado de oficio.
Antes decía que hay algo que explicar y… ahora puedo explicarlo. Mil veces te lo diré, pálida dama, ¡te equivocaste! Como tantas veces te equivocas. Y por eso hoy me atrevo a decirte cara a cara que te enamores de la vida de los que aún tienen vida para gozarla.
Ahora quizás ya he encontrado esa explicación y puedo decírtelo y te lo digo con las palabras de Petrarca: «Un bello morir honra una vida». Oh, muerte, te miro a la cara: enamórate de la vida.
Por eso, sí sé que Alejandro Prior Fernández es magno y sabemos que es digno. ¡Más que digno!
Tu dignidad es la de todos
José Agustín Goytisolo