Llegan las elecciones municipales. Los partidos políticos se ven convocados a reflexionar sobre la realidad de cada municipio en todo aquello que afecta muy directamente a los distintos territorios y a los diversos sectores de la población. Se ven abocados a discernir sobre el modelo de pueblo por el que se apuesta y los rasgos y características que lo definen o, bien, deberían definirlo. Y no todos los modelos suelen ser coincidentes ni en el concepto ni en el qué hacer y ni en el cómo hacerlo. No obstante, y sin exclusión alguna, todos proclamarán que la persona ha de ocupar el centro del todo. Todos hablarán de los derechos institucionales, de la igualdad, de bienestar social. Pero no siempre estos derechos y valores estarán incardinados en las propuestas concretas a desarrollar. Y mucho menos en el corazón de algunos de quienes las pregonan. Acaso en muchas ocasiones se quedarán más en el dicho que en el hecho. Porque hay programas ocultos que no se hacen públicos, porque hay modos de entender la vida que se callan, puesto que ahora toca vender solo triunfos, únicamente ofertas generosas, muchas veces populistas y demagógicas. Y porque, a la vez, deben silenciarse los graves problemas de la población: la economía familiar, el alto porcentaje de desempleo de jóvenes, mujeres y mayores, las excesivas privatizaciones de los servicios públicos de la institución municipal, el derecho a la igualdad de oportunidades y a la trasparencia en los puestos de trabajo que genera el ayuntamiento, la carencia de vivienda para las nuevas parejas, la atrofia de la democracia local, el debilitamiento de la participación ciudadana, la insuficiencia de una cultura alternativa y social, la carencia de espacios y lugares de encuentros, de paseo y convivencia vecinal, el control de cuanto se mueve cuál si de régimen se tratara, el uso y el abuso partidista de los medios de comunicación del Ayuntamiento, la objeción permanente a la libertad de expresión en un afán de acallar y enmudecer otras voces…
Acompañan también a tan importante evento la estrategia que cada uno de estos partidos se marque para la propia campaña electoral. Y aquí entrará en juego la potencia económica de los más poderosos, el poder mediático de los medios de comunicación, la capacidad de influencia del poder establecido, el mayor o menos arraigo de las ideologías en parte de la población, la publicidad institucional, los intereses creados con familias, colectivos y asociaciones, las medias verdades, los bulos, Y ya desde ahí, desgraciadamente a veces, hasta caer en la marrullería.
¿Qué hacer entonces? Desde mi punto de vista y con la pretensión de favorecer el análisis crítico a cuantos leyeren me atrevo a aportar estas tres breves reflexiones:
Primera: Ninguna organización es inocente. Pensamiento de la docente y pedagoga Isabel Álvarez que merece tenerse en consideración por la especial carga significativa que conlleva y que agranda el paradigma del pensamiento crítico ante la situación del votante, ayudando a posicionarse ante la interesada influencia televisiva, las maniobras de los medios de información locales y los discursos, arengas y mítines que se lanzan.
Segunda: Programa, programa y programa. No es necesario revelar la autoría de la frase. Lo que sí es obligado y de conciencia es conocer y comparar los programas electorales (me consta que algún grupo político lo tiene publicado en las redes sociales). El primer paso, pues, es interesarse por si los hay, ya que puede darse el caso de que algún grupo político carezca de él; habrá quienes estimen que es suficiente con un documento sucedáneo que se limite a un listado de medidas municipales en mezcla y amalgama con otras de competencias externas o de instituciones supramunicipales, todas ellas aderezadas de ilustrativas y seductoras fotografías que valen para todo; y puede darse el caso que alguna otra formación, en un esfuerzo de elaboración colectiva, planifique, plantee objetivos, programe las áreas y pormenorice las medidas a llevar a cabo para una adecuada gobernanza municipal.
Tercera: Votar es saludable, conveniente y útil. La democracia no debe asentarse en el acto de votar cada cuatro años. Pero este ejercicio es sumamente importante. Y ante las múltiples dudas que se presentan, ante las propias reservas que se tengan con cada partido político, ante el generalizado aforismo de que todos son iguales, siempre, y para no quedarse fuera de juego, se puede elegir la opción al parecer menos mala. La implicación mayor o menor en la cosa pública corresponde a cada persona porque ésta es parte de la tribu. Como decía Publio Terencio Africano, allá por el año 165 a.C.: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto» (Soy hombre, nada humano me es ajeno). A cuyo profundo mensaje uniría, para concluir, el pensamiento y la voz de nuestro querido Julio Anguita, tan presente también en esta campaña: «La rebeldía no es un gesto altisonante: la rebeldía es un grito de la inteligencia y de la voluntad, el posicionamiento con otros valores». Vota.