Después de lo del domingo hemos comprobado que la barbarie tiene techo. Comienza el largo recorrido que ya transitó Ciudadanos. Depende de ellos y de sus grandes inversores seguir en la esquina ultra deteriorando el país. Depende de nosotros facilitar ese tránsito, defender nuestra democracia y ponerla al servicio de todas y de todos. Sabemos que el camino de la mentira y el desprestigio es el favorito de los más «moderados». Y también sabemos que fue el que trajo a estos hijos de aguilucho. Un camino que está bien despejado, pues es habitual de políticos y de miembros del poder nacional. Habrá que ver la manera de adecentar tanto desastre.
Y ahora lo pertinente sería apoyarse en los siglos de historia que tiene la democracia parlamentaria. Hacer valer que esta forma de gobierno dota de estabilidad a las naciones. Que evita que el poder se concentre en unas cuantas manos, un poder que se vuelve más diverso. Pero no, nuestro país es hijo de su historia y de su contexto actual. Unos prefieren la democracia presidencial demostrando que no saben donde viven. Se inspiran en los Estados Unidos solo en lo que les conviene pues, ¿para qué avanzar en un estado federal? Son los mismos que se pasaron de frenada desprestigiando a su antiguo socio del bipartido, y sin cortarse un pelo, reclamándoles un papel en blanco que simbolice la restauración de ese tándem que ya no puede ser.
Y si miramos para los otros el paisaje no es más esperanzador. Apenas pasaron unas horas y los más sedientos de poder ya estaban repartiendo culpas. Como siempre pasa, es más fácil deshacerse del peso de la realidad que ponerse a transformarla. Esto implicaría remangarse y llegar hasta el fondo del cubo de basura para dejarlo como nuevo. Y sabemos que eso no es muy agradable.
Ahora solo nos queda esperar. Ojalá que el interés de la gente esté por encima de los intereses individuales de los partidos. Ojalá que no tengamos que volver al «no nos representan». Habría que recordar que los tiempos nunca vuelven iguales y que la indignación no solo camina por sendas democráticas. La lealtad a nuestro país debería ser la hoja de ruta para nuestros dirigentes. Desalojar tanto odio al diferente es tarea de valientes como se ha podido comprobar en la campaña. Pero no ha sido suficiente. La brecha entre las rentas del capital y del trabajo son atravesadas por otras tantas dejando una base, que como en la sequía de los pantanos, generan terrones sabor a esparto. Una tierra que debe seguir siendo regada por la esperanza de que alguien nos tendrá en cuenta.
Mientras tanto, que sirva este texto como explicación de lo que parece un «barbecho militante». Luego que no se quejen de que las sedes están vacías o de que la juventud no se mueve por donde debería. La clase dirigente, especialmente las del ámbito local, deberían reclamar mucha más realidad en sus negociaciones, mucha más horizontalidad en la toma de las decisiones y menos eslóganes que ya no sirven como recubrimiento a un cuerpo enclenque en el que se han convertido los partidos.