La derecha, y sobre todo la derecha económica, es productora de clásicos. A la memoria les traigo algunos éxitos incontestables. El primero de ellos no es otro que «es el mercado, amigo», frase pronunciada allá por el 2018 en el Congreso de los Diputados por el adalid del milagro económico español, Rodrigo Rato.
Rodrigo Rato, que ha gastado la última década entre la cárcel y los tribunales, pasó de ser figura internacional —el único español en ser director del FMI, nos vendían— a apenas un paria con dinero —se investiga en estos momentos su fortuna, que él asegura que es cosa de herencia—. Como Rato, muñidor de sistemas chungos como las tarjetas black, la fusión aún más chunga de las cajas de ahorro, el déficit de tarifa —un agujero de más de 20 000 millones de euros— o las privatizaciones de Tabacalera o Argentaria, al ala conservadora de este país le brotan expertos y expertas de diversa índole que están consagrados a la sacra labor de hacer más grande al mercado.
Expertos como Simón Pérez y Silvia Charro, que se hicieron virales en 2017 por el vídeo «hipotecas a tipo fijo» en el que contaban, de aquella manera, su opinión sobre los tipos de interés. Lo importante en aquel vídeo no era el qué, era el cómo. Hoy en día reconocen que aquello les hundió —recomiendo la entrevista que Gen PlayZ XL, de RTVE les hizo apenas hace un año—, que se quedaron sin casa, sin trabajo y, prácticamente, sin futuro. Hoy forman parte de ese caldo básico de creación de opinión en YouTube donde dan apoyo ideológico a la confusión; en un vídeo reciente de su canal, defienden a Milei por «decir lo que piensa el 90% de los españoles» respecto de Sánchez, tildando por el camino al dignatario argentino de liberal. «Lo contrario a conservador», dicen. Les dejo un enlace al verdadero movimiento de Milei para que se hagan una idea de lo que el mercado recomienda en estos momentos: el anarcocapitalismo, o cómo también se puede llamar, capitalismo de motosierra.
Más allá del cómo se ganen la vida unos y otros, hay algo común a todos ellos: la defensa a ultranza de una libertad sin control. Acudiendo a las verdades ancestrales que son los dichos populares, a esta gente lo que le pone es lo que cualquier progenitor le dice a su descendencia allá sobre los 15 o 16 años: no es lo mismo libertad que libertinaje.
El libertinaje, asociado a las bacanales, lo licencioso, el desenfreno, el hedonismo y la depravación, es ordinario a los márgenes de los mercados. American Psycho y otras obras exploran el libertinaje yuppi de los 90, como antes lo habían hecho La hoguera de las vanidades, Don Juan Tenorio, El estudiante de Salamanca, El hombre a la moda, Las amistades peligrosas o Madame Bovary. Este margen del mercado, que en ocasiones es la propia sociedad, tiende a asociar a licenciosos con interesados y, ahí, en la oscuridad de los márgenes, es donde suelen darse los más truculentos pactos, las más zafias traiciones.
Estos pactos, firmados al calor de intereses variables, alcohol y tropanos, son los verdaderos artífices del negocio, no siempre en mutuo beneficio de los suscribientes, pues cuando se aúnan ingenuos e ingenios, el tonto suele salir con los bolsillos vaciados. Por el camino, evidentemente, perdemos todos, pues el precio del acuerdo no suele ser otra cosa que nuestras libertades y derechos.
Los intereses variables tienen el atractivo de parecer irrisorios al principio, y juegan con el mismo sesgo cognitivo que nos hace ver que 4,99 no es 5 cuando de precios se trata, pero claro, son los mismos con los que la tarjeta de crédito recuerda, a principios de mes, que se ha vivido por encima de las posibilidades. Ay, omá, qué jartura.
A eso quizá esté jugando la verdadera izquierda mientras se busca el carné, se diluye en disquisiciones lingüísticas sobre lo qué es la clase trabajadora y se acuerda del mayo del 68. Cuando se le pase la resaca, me temo, tampoco se enterará de por qué se ríen de ella.
Que le pregunten a Rato, que, fíjense, sigue sonriendo en el banquillo.