Que los precios han subido es una realidad latente que todos estamos experimentando en nuestros ya maltrechos bolsillos. A cada nueva subida una nueva justificación. Primero fue la guerra de Ucrania que puso un precio elevado al aceite de girasol, luego la escasez de lluvia para referirnos al aceite de oliva. Así ocurrió con la elevada factura que pagamos religiosamente a quién nos abastece de agua o luz nuestros hogares, o el alza de muchos alimentos de primera necesidad.
Todo esto lo digo en relación con la diferencia abismal de un año a otro para encontrar una vivienda vacacional para librarnos del calor asfixiante que seguro asolará las ciudades en las que vivimos.
El otro día, sentado junto a mi esposa frente al ordenador, nos quedamos patidifusos con algunos precios que ponen los propietarios de los inmuebles. Primero me gustaría romper una lanza en favor de los propietarios de esos inmuebles con la ley, en muchos casos no escrita, sobre el libre mercado. Y es que tú tienes un piso en primera línea de playa y tú eres quien pones el precio que desees.
Hace años, el español medio, se podía permitir con su sueldo, más la paga extra, el irse unos días de retiro vacacional con toda su familia, y llevarse hasta a los abuelos, sin que ellos causasen una merma sustancial en su economía. Hoy es impensable llegar a fin de mes solamente con los sueldos que tenemos, que nos resulta difícil mejorar la calidad de vida, pagar hipotecas, alquileres, facturas, coche y demás gastos diarios para cubrir nuestras necesidades más básicas. La capacidad de ahorro del español medio es materia complicada.
Vacaciones, cuya palabra proviene del latín vacans, que viene a decir más o menos «estar libre» ya era un bien para las clases más pudientes romanas, que pasaban temporadas fuera del calor de la urbe en zonas más frescas del Imperio.
No hay que ir a lo antiguo, que los que me leen saben que me suelo ir, sino ya al pasado siglo XX para ver cómo en la década de los años veinte ya era un bien legal en países como Finlandia o Suecia la remuneración de esos días de descanso.
En España no llegaría hasta los años sesenta, siendo de los últimos países en subirse al carro de Europa. Hay que matizar que Francia ya pagaba a sus empleados con dos semanas de vacaciones en los años treinta, y actualmente son cinco las semanas, diferenciándose con los 30 días naturales que marca la legislación en materia laboral de nuestro país.
Como ocurriera en la Antigua Roma, ese estar libre, no es lo mismo para el que se levanta a las cuatro de la mañana para cargar sacos de cemento que el político de turno que solemos ver de vacaciones en Lanzarote, Marbella o lugares que no todos los bolsillos pueden permitirse, sin contar los días de disfrute que puedan tener.
Volviendo al tema principal, veranear viendo la placidez de las olas romper en la orilla nos puede costar un montante de más que un salario normal español, cuando hace varios años era de tres tercios o de la mitad incluso.
Cuando conseguimos arañar la cuenta corriente y juntar el dinero vamos ilusionados al destino marcado que hemos visto en una aplicación de móvil, pagando ya parte o íntegro de todo, y al llegar al piso nos llevamos una decepción porque quizás no toda la descripción dada corresponde con la realidad. A todos no ha pasado eso, al menos a mí en una ocasión con cierto piso de la Barrosa, Cádiz. Al llegar nos encontramos con una realidad que no figuraba en las fotografías, porque las instantáneas no pueden reflejar el polvo que tienen los rincones. Estuve los quince días con más alergia que Heidi en el campo de margaritas que tenía su rancio abuelo.
Una vez marchado el dueño con tu dinero, ya suyo, no puedes hacer nada, salvo intentar disfrutar de los días que te quedas en su piso. La pregunta puede venir posteriormente en donde se tributa la cantidad dada al dueño del apartamento, ya que en todo el verano se puede llevar una gran fortuna capaz de pagar la hipoteca de un año y medio sobrándole dinero para algún que otro capricho que se le antoje.
Sí, habrás llegado a la conclusión que lo que vengo a decir es que, permitidme la expresión, nos la están metiendo doblada con las subidas de todo, y seguimos esperando en nuestro sofá a que las cosas cambien. Los hay quienes siguen en ese sofá el día de las elecciones porque dicen que todos los políticos son iguales y que nos robaran igualmente, y aun así se quejan… si no ejerces tu derecho a voto igual no debes ni abrir la boca.
Mientras existan gran cantidad de políticos que cobran sueldos desorbitados, desde alcaldes de municipios pequeños hasta el presidente del gobierno, con dietas pagadas, coches oficiales, relojes de alta gama en sus muñecas, ropa de marca, si da igual que compres ropa de Alcampo si luego te mudas a un barrio rico.
Se dice que los futbolistas que idolatramos son ricos, y gran verdad, pero a quienes votamos no sé quedan atrás. Ese Pan y Circo que antaño hicieran en Roma es el que tenemos hoy en día. Nos mantienen entretenidos con televisión, deportes o ese circo romano que se están convirtiendo las secciones en el Congreso de los Diputados. Mientras tú te posicionas hacia un lado u otro manteniéndote entretenido, nos están subiendo el IVA de muchos productos.
Yo sí que cada cuatro años estaré en el colegio electoral que me corresponda porque sí anhelo ese cambio, sí deseo que llegue una persona que, dando un golpe en la mesa, imponga una ley más justa para todos, donde podamos alimentar a nuestros hijos o el disfrutar con ellos de unos días de descanso sin que luego estemos todo el año endeudados.
Mientras tanto, os tengo que dejar, tengo que repostar el vehículo con diez euros intentando ahorrar para el piso playero.