Es bien sabido que la política no genera tanto consenso como el gusto por el jamón. Incluso en dichos casos he encontrado algún inseparable compañero de bodas. Así que hasta hablando del buen comer hay una falta de uniformidad. Y es que las cosas buenas de la vida son diversas.
Es por esto por lo que respeto tanto la desafección política. Porque no es lo mismo el desencanto que la desafección y tiende a confundirse. Ni me considero “de letras” ni vengo a dar la chapa cuando existe un bonito diccionario de la RAE. Solo vengo a contaros unas impresiones que como militante progresista he acertado a aclarar. Si con ello encontramos algunos argumentos para fortalecer o complementar el discurso de izquierdas, pues yo que me alegraría.
El desencanto de los nuestros tiene un sabor muy agrio. Un sabor a resignación mezclado con pasividad que además suena a silencio. Además, el desencanto de los nuestros pincha, como las espinas de las rosas, en un ejercicio de auto defensa. El desencanto de los nuestros duele porque a todo militante de izquierdas con algo de responsabilidad, ya sea por auto exigencia o por ocupar un cargo orgánico, sabemos que como humanos nosotros también fallamos. Y duele, porque a veces, incluso nosotros mismos no dejamos de hacernos daño. El desencanto de los nuestros está ahí para cambiarlo. Pero dejemos este hilo en pausa, que voy a por otra cosa.
El desencanto impostado de los descreídos es amenazante. Un desencanto que ladra por miedo a la miseria. Una reacción derivada de la relación que tiene un perro con el dueño del cortijo. Pocas veces da la cara, va en manada y solo cuando se encuentra en ella saca una bandera. Una manada que lo que buscan es gozar de privilegios. Pero no señoros. Los privilegios no se comparten por la cara. El desencanto impostado es un asco, porque dicen no creerse nada de los políticos pero todos tienen bando. Están a favor de la pelea del penúltimo contra el último para así salvarse ellos. Algunos dicen que es el síndrome de doña Florinda (si, la del Chavo del 8). Además se comportan de forma parecida, te cierran la puerta en las narices apenas le hablas de progreso. Lo bueno del desencanto impostado es que resbala y últimamente, esos resbalones saben a una dulce mentira que no se creen ni ellos.
Para el desencanto de los nuestros tenemos medicina. Se trata de construir un país diverso, que mire al futuro con ilusión y reparta las cargas, para hacer frente a la inflación sin tener que asfixiar más a los que ya no pueden respirar. Existe esa opción y se llama Sumar. Al igual que la alegría, que crece cuanto más se comparte, te invito a que hagas lo propio e investigues acerca de lo que propone Yolanda Díaz.