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Que estas elecciones se están moviendo a base de hígado no hace falta que venga yo a decírselo, es una sensación común desde hace ya algunos años que esto de la política ha pasado de propuestas a relatos.
El último ejemplo de esto lo tenemos en nuestro propio pueblo, donde La Voz de La Rinconada ha publicado, en un post de Facebook, que «los ultraderechistas de Olona y Abascal se proponen cerrar Canal Sur y eliminar los símbolos de Andalucía de las instituciones».
Nada es incierto: Vox ha propuesto el cierre de Canal Sur —un paso más allá del cierre de tres de los cuatro canales de la televisión pública andaluza y la privatización del cuarto que ya propuso como apoyo a la investidura de Juanma Moreno Bonilla, en 2019— y la eliminación de los símbolos andaluces sólo es la consecuencia lógica de su pretendida propuesta de eliminación de las autonomías.
Todo esto, además, lo ha hecho públicamente. La cuenta oficial de Vox en el Parlamento de Andalucía enuncia que será una de sus primeras medidas cuando toquen el Gobierno de la Junta. Además, en los debates televisados en Canal Sur, el propio representante de Vox ha repetido en numerosas ocasiones que cerrarían el canal —incluso motivando que el moderador se tuviera que morder la lengua, muy profesionalmente, todo hay que decirlo—.
¿Qué indica todo ésto? Dos cosas: la negación de la realidad en primer lugar, y la ignorancia de los votantes de Vox sobre las intenciones del partido que votan. Dos elementos que se retroalimentan, como ya han demostrado algunos simpatizantes de la ultraderecha que, cuando son preguntados por la Agenda 2030 —nombre coloquial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU— se muestran totalmente a favor: «es lo que nos hace falta». Diez segundos después, tras indicar que Vox se muestra en contra del plan, viene el reculo: «ah, bueno, evidentemente yo también».
Vox no tiene programa, tiene actitud. Qué actitud, es la pregunta. La respuesta viene sola al ver las declaraciones fascistas de su soporte internacional, Giorgia Meloni —exministra de Berlusconi, heredera del posfascista Movimiento Social Italiano y líder del ultraderechista Fratelli d’Italia—, de la propia Olona, o de las algaradas practicadas por sus simpatizantes en redes sociales.
La última de estas algaradas —aunque podamos pensar que también están detrás de las vandalizaciones y destrozos a símbolos memorialistas, no caben todas las pruebas— es la que ha recibido La Voz de La Rinconada tras su publicación. Un ataque —con amenaza de denuncia incluida— en el que no se respetan los más mínimos principios democráticos y en el que la libertad de expresión se utiliza como arma contra la información. Cuando un medio de comunicación es atacado, la libertad de prensa es atacada. Y cuando esto sucede, todos somos los atacados, puesto que nuestra democracia se basa precisamente en conocer la realidad. Una realidad a las que, evidentemente, algunos tienen tirria.

Estos ataques a medios —o a particulares— cuando lo que se cuenta no es del agrado de algunos se vuelve cada vez más comunes, y la imposición de la posverdad, en la que es mentira incluso lo que se ha dicho, es la que nos acompañará durante los próximos meses, con el marco mental de las elecciones como foco principal; pero sin olvidar que la trascendencia pública y económica de estos lineamientos mentales pueden producir en nuestra vida cotidiana. Estos ataques son intolerables.
Un consejo en general, pero sobre todo para quien se proponga votar a este tipo de opciones: lean más.