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Escribe hoy Iván Redondo —a la sazón, asesor del PSOE y director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno de España— en La Vanguardia, que la izquierda de este país está a un ay de saltar por los aires, y todo por una lucha identitaria donde el proyecto propio es más importante que el común, y para ello el donostiarra habla de ajedrez.
Que se utilice la metáfora ajedrecística no es baladí, más aún cuando los actores principales de este baile de máscaras parecen estar jugando a las damas, sin una larga mirada ni un plan de últimos que justifique toda esta carnicería soterrada, pero en directo, algo a lo que Redondo llama la «guerra permanente», y que tilda de «error absoluto», esto es, no revalidar una mayoría suficiente para gobernar.
Todo ello sucede mientras los distintos actores van, pertrechados cual comandos, a conquistar las colinas ideológicas de su elección. De nuevo, ajedrez, remedo intelectual de la guerra feudal, ante el parchís o la oca, metáforas del «no te adjunto» que, cuando chicos, dirimía las cuitas en los patios de colegio. No obstante, hablemos de las colinas.
Anda la discusión máxima estos días en el tema de la Ley de Garantía de la Libertad Sexual, a raíz de la rebaja de varios casos y la excarcelación de otros. Concurren en esta mal llamada crisis algunos aspectos que están pasando por debajo del radar, como la coincidencia de su aprobación y entrada en vigor con las maniobras políticas para no renovar el CGPJ y el Tribunal Supremo, responsable este último de unificar el criterio para su aplicación en concordancia con la jurisprudencia, que como nos recuerda un emérito del Supremo, es no revisar estas sentencias.
La discusión sobre esta ley, llamada Ley Montero para la identificación del blanco, no es más que el intento por parte de la bancada conservadora de ahondar en la erosión de un gobierno al que se ha acusado de prácticamente todo y al que se le presupone en el imaginario popular estar en continua crisis. Más allá de la veracidad del relato de los acólitos de Feijóo, Ayuso y Abascal, es interesante analizar el contexto pandillero en que se está desarrollando el basamento de toda esta contienda: el horizonte de las próximas elecciones municipales y autonómicas, lanzadera para las generales.
Es aquí donde, volviendo al artículo de Redondo, se ubica el damero. Las municipales tienen la particularidad de poder pintar mapas de colores, dotar de fuerza territorial —pero también de recursos, estando los partidos ahítos como están— y ser catapulta para legitimar la fuerza electoral en diputaciones, mancomunidades y otros órganos supramunicipales. Las autonómicas, para configurar las relaciones de fuerza tanto dentro como fuera de los partidos. También para disputar modelos ideológicos de gestión que se están demostrando feroces con los derechos de la gente. Todo ello resultará en agua de borrajas si se continúa con la trayectoria actual de prisas, atropellamiento y adelantamientos por la derecha de las fuerzas que tienen que componer las alternativas. Los ejemplos de esto no los tenemos tan lejanos, miren sino la conformación de la alternativa andaluza, que con generosas sonrisas y no menos generosos cuchillos, andan estos días de negociaciones provinciales por un marco favorable a una confluencia municipal.
Y como en un damero, cada pieza de la izquierda está batallando para ser reina de las blancas, siendo muchas de ellas no más que caballos o torres. Sólo puede haber una reina, pero ésta no debe olvidar que los peones son los que aseguran la victoria.
Mientras, en la caja de las piezas ocurren cosas, cuanto menos, curiosas y se juega al verdadero ajedrez. El delicado sopapo político de Sergio Pascual con la publicación de su libro «Un cadáver en el Congreso» desvela las estrategias que llevaron a Errejón a la posición en la que está hoy en día, y explican buena parte del recorrido estratégico del partido fundado. Al tiempo, Yolanda Díaz ejecuta un gambito de dama mientras Pedro Sánchez hace jaque a la descubierta.
Y a todo esto, en Génova solo tienen que decir que las merluzas muerden y que el CIS es todo mentira, salvo alguna cosa, para justificar su semana.