El concepto de democracia no solo es el de poder elegir a tus representantes en las instituciones mediante el voto libre y directo entre varias opciones políticas. Para que una sociedad sea realmente democrática, esta democracia debe ir mucho más allá de lo que es el sistema político, o sea, debe insertarse en los organismos de esa sociedad: democratizar la educación, hacer defensa de los Derechos Humanos, respetar la ecología y defensa del medio ambiente como norma generalizada, exigir responsabilidad de los órganos de gobierno ante el pueblo con una justicia noble e imparcial, defender el feminismo, empatía como conducta social imperante frente a la difusión del odio, respetar toda clase de minoría, hacer defensa y difusión de lo público, limitar a los poderosos, etc. etc. Es poder y saber distinguir frente a otras opciones políticas que pueden ser nocivas para el bien común de una sociedad. Cuando existe pobreza ideológica en la población, el concepto de democracia se debilita y se va haciendo «líquida», o sea se va adaptando a otros posibles «recipientes» disfrazados de ser democráticos.
Cuando la ignorancia de la ciudadanía a cerca de los aspectos políticos, económicos y sociales (fundamentales en una sociedad moderna) suele traducirse o medirse por el término abstención o desafección de la política. Cuando el estado democrático pierde sus valores consustanciales que lo sostienen y estructuran y sus «moléculas y sus átomos» pierden su fuerza y cohesión y, por tanto, debilidad en su resistencia a la penetración de otras ideologías perniciosas para una convivencia sana, la democracia pierde solidez y, pues, se hace líquida y, por tanto, fácil a esas fuerzas que se hallaban escondidas y que paulatinamente se van abriendo camino para alcanzar el poder a través de discursos populistas enmarcados en un nacionalismo unificador de ordeno y mando, arropado en simbolismos clásicos… Entonces, los valores enunciados al principio serán sustituidos por el fanatismo, el machismo, el individualismo exacerbado, el odio al débil, la irracionalidad, el seguidismo a la orden, la falta de limitaciones a los poderosos. O lo que es lo mismo neoliberalismo (capitalismo) en estado puro.
La tarea de la ciudadanía democrática y de las organizaciones de las que se dota consiste en impedir ese avance a través de la dignidad de la razón, porque a la luz de la razón, los fantasmas desaparecen. También el fantasma de un “nuevo totalitarismo” que amenaza a nuestro país y que ya ha empezado a echar raíces en determinadas Comunidades Autónomas.
Por primera vez, en 40 años de democracia en España, la derecha española ha pactado y decidido entregar la presidencia de las Cortes, la Vicepresidencia y tres consejerías de Castilla y León, la comunidad más extensa de nuestro país, a la otra derecha muy ligada al nacional populismo ultra europeo.
Cabe recordar que sus líderes se reunieron en Madrid este pasado mes de enero convocados por Santiago Abascal —el húngaro Viktor Orbán, el polaco Mateus Moraniecki, la francesa Marie Le Pen— en su mayoría admiradores confesos de los gestos de Putin, dirigentes que lideran formaciones políticas de rasgos explícitamente antifeministas, xenófobos, antieuropeístas y transfóbicos.
Feijóo, a diferencia de Merkel, ha hecho lo contrario, ha abierto la puerta a una formación ultraderechista a un gobierno regional, lo que es lo mismo que normalizar una ideología de inspiración trumpista, hipernacionalista, contraría a la diversidad autonómica y retrógrada en términos de igualdad y derechos civiles y sociales, de hecho la violencia de género ya ha desaparecido siendo sustituida por la violencia intrafamiliar, le seguirán la perdida de otras conquistas de derechos civiles, tiempo al tiempo.
O empezamos a usar más la razón y menos la abstención o las libertades democráticas empezarán a moverse otra vez por tiempos oscuros.
Tiempo al tiempo.