Últimamente han caído entre mis manos algunos artículos que expresan la idea que defiende Fredric Jameson, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Artículos llenos de desesperanza, generalmente escritos por gente joven cuyos referentes ideológicos y culturales no aciertan a construir una nueva idea acerca del mundo que viene. Las series y películas de televisión ya no dibujan un futuro prometedor. Se limitan a señalar todas las vergüenzas de este sistema global que se inmola en su propio egoísmo acumulador.
Nos hicieron el truco del tocomocho y nos cambiaron Democracia por la capacidad de comprar cosas inútiles y meter papelitos en urnas cada cuatro años. Ayuntamientos, Diputaciones, Comunidades ni Estados, todas las instituciones están rotas o no sirven para lo que se diseñaron. Incluso la Justicia que albergaba la capacidad de corregir los desmanes de los poderes ejecutivo y legislativo, han demostrado ya, que están diseñadas para el beneficio de los que nunca dejaron el poder.
La democracia está vacía de significado. Las calles de nuestro pueblo, por poner un ejemplo cercano, están sucias. ¿A quién podemos quejarnos? Cada vez existen menos bancos donde sentarse, porque es evidente, si te sientas dejas de comprar, o peor aún, puede que llegues a ponerte de acuerdo con otros y disfrutes de la compañía sin necesidad de liberar el estrés en tus compras. El diseño mismo de la ciudad está en manos de supuestos expertos que deciden echar alquitrán o césped donde les viene en gana. ¿A quién le podemos pedir que siembren árboles dentro de nuestro pueblo? ¿Por qué solo se siembran fuera del municipio o en las nuevas zonas? ¿Por qué eliminan jardines progresivamente? ¿Solamente a mí me parece más sencillo encontrar aparcamiento que una especie autóctona que le dé sombra a mi familia? En alguna ocasión se escuchan estos debates en los plenos, pero me resultaría una verdadera sorpresa que haya consultas a la gente de a pie y que se tomaran en consideración. No se trataría tanto de encuestar al personal, sino más bien de generar un debate para sacar conclusiones y dibujar un futuro en común. Pero esto no se va a dar a corto plazo. Mientras que unos se mueren de estrés porque el tiempo de trabajo se come todo el tiempo de vida, otros no encuentran trabajo con los que hacerse con un proyecto de vida que les permita recuperar el optimismo. Y para colmo, la clase política no quiere hablar de participación ciudadana. ¿Acaso creen que vamos a descubrir que no son tan ocurrentes? Eso lo sabemos ya.
La Democracia está rota y cuesta mucho imaginarse como arreglarla. Jóvenes que tienen los conocimientos y habilidades para mejorar el mundo pero que, o bien, aceptan un trabajo en restaurantes de comida rápida o están condenados a emigrar. Las bases de los partidos políticos están ocupados generalmente por jubilados que tienen mucho tiempo libre. Otros, los que si tienen poder se saben de memoria cuáles son los interruptores y mecanismos que les permiten seguir perpetuando su mandato. Y a pesar de que, si se repartieran bien, existen recursos para mantener una vida digna de una gran población, hay gente que o se muere de estrés por falta de tiempo o se muere de hambre, frustración y «aburrimiento».
Estoy convencido de que si se fomentara la participación individual en la «cosa pública» se solucionarían muchos de estos problemas. Hay muchas demandas no atendidas porque no cotizan en el falso mercado capitalista. Demandas esenciales para el mantenimiento de una vida digna que al estado le sale gratis. Esto deja bastante claro que el único objetivo de este mercado es el mantenimiento de los niveles de vida de aquellos que lo manejan. La ley de la oferta y la demanda es otra patraña que no soluciona estos niveles de desigualdad, que no hace nada por reducir el estrés de unos y mejorar las condiciones de vida de otros. El mercado nos ha permitido el avance y la innovación, pero no dijo nada acerca de qué vamos a hacer con el tiempo que sobra de aquellos empleos que se automatizaron. Tampoco resuelve los problemas éticos de tanta tecnología, no nos explica qué podemos hacer con tanto bulo circulando por los medios ni evita que las redes sociales se hayan convertido en un sumidero de tiempo más que en facilitar las relaciones entre nosotros y nosotras. Isaac Asimov imaginaba otra Internet, una en la que nos convirtieran en seres más inteligentes donde utilizáramos los nuevos medios para mejorar nuestra experiencia vital, pero no imaginó lo cómodo que resultaría el negacionismo, la pereza que provoca el tener que pensar más allá de los marcos que nos tiran los poderosos ni de lo difícil que es llevar la contraria a las modas. ¿Se os ocurrió decir que preferían el alquiler a asumir una nueva hipoteca cuando te daban dinero para la casa y el coche de tus sueños? Si la respuesta es sí ya sabrás de qué te hablo.
Es muy difícil imaginar un futuro mejor. Los partidos que fueron llamados a transformar el poder terminaron por desaparecer o fueron engullidos por las dinámicas partidistas. Dicen que cuando en una reunión todo el mundo piensa de la misma manera en realidad poca gente piensa. Luego está la «adoración al líder» y esa erótica del poder que citaba Henry Kissinger. Y esa combinación se convierte en un veneno para el que creo que no hay antídoto conocido. No hay medicina para la «aparatosis» de los partidos.
Y claro, con todo esto entiendo lo difícil que es para nuestros artistas imaginar un mundo alternativo, optimista y creíble. Es frustrante dar la razón al amigo Fredric Jameson con el que abría este artículo. No es que sea más fácil imaginar el fin del mundo, es que el capitalismo ha sabido ponerlo muy difícil para descabalgar a los poderosos de este tiempo.
Y yo que me creía optimista.