Fuera del Palacio municipal de Coyoacán, el sol irradiaba fuerte en esa mañana de agosto. Las calles solo estaban ocupadas por algunos vendedores ambulantes esperando vender sus productos a los invitados a esa boda que todos los medios tacharon de rocambolesca.
Era 21 de agosto del año 1929. Atrás quedaban esas escapadas, de esa joven adolescente, que según cuentan, era flaca. Diego Rivera fue contratado para pintar un enorme mural en el instituto donde ella estudiaba. Aunque era bien rechoncho, con una enorme panza, como describiría años después la pintora, tenía esposa y alguna que otra amante.
La diferencia de edad no fue impedimento para que esas charlas y bromas se convirtieran en amor. No sé hasta dónde se separaban amor de obsesión. Igual, esa delgada línea roja no era divisada por ninguno de ellos.
Todos esos encuentros forman parte del folclore popular, no sabiendo jamás si existe algo de cierto en esa historia donde el pintor es seducido por la alumna.
Lo cierto y verdad es que allí estaba, de pie, escuchando al oficiante de su enlace. Como testigos de ese peculiar bodorrio se encontraban un médico especializado en homeopatía, quizás las fórmulas magistrales para paliar su dolor se las suministraba él, y, por otro lado, un estilista.
La prensa rápidamente se hizo eco del casamiento. Diego Rivera, grande como un oso y una joven Frida Kahlo, frágil como una hoja seca en otoño. Los apodos no se hicieron esperar, por un lado, el Elefante y por otro la Paloma.
Se cuenta que el padre de la joven se acercó al recién esposo para decirle una advertencia. Cuídala, es inteligente pero enferma.
Esas duras palabras le hizo, seguramente, viajar al pasado, donde años atrás, mientras viajaba en autobús con su novio de aquel entonces, un tal Alejandro, se empotraron contra un tranvía en marcha. El desenlace del accidente no fueron simplemente un par de costillas rotas, sino una fractura en tres secciones de su columna, la clavícula hecha añicos, al igual que unas cuantas costillas, pero además, para empeorar todo, tenía el pasamanos del vehículo atravesado desde su pelvis hasta su vagina. La pintora, años más tarde, llegaría a decir a modo de broma que allí, en ese accidente, perdió la virginidad.
Aún guardaría el sabor a sangre de su paladar y ese dolor que le causó cuando retiraron el pasamanos. A raíz de ese accidente nada sería igual para la chica.
La paloma era joven, dedicada de salud y con un espíritu de superación brutal.
Una de las invitadas a ese enlace, además de la cocinera que confeccionó el menú de la boda, sería Lupe Marín, exmujer de Diego Rivera, quién, ni corta ni perezosa, con alguna que otra copa de más, levantó el vestido de Frida para, señalando las escuálidas piernas de la artista, mofarse en voz alta de ella, ridiculizando que el pintor haya hecho el cambio por ella.
Diego, quien también estaba empapado de alcohol como si de una esponja se tratase, montó en cólera y tras ser tranquilizado por Frida, salió, pistola en mano, para lanzar unos cuantos disparos al aire.
La joven esposa, lloraba desde el frío suelo de la sala de celebración, donde habría ido a parar tras el empujón accidental de su esposo, que ahora estaba gritando mientras daba disparos al cielo estrellado.
No, no fue la boda de sus sueños que tenía en mente la joven Frida, pero fue su boda al fin y al cabo.
El matrimonio acabó rompiéndose por causa de las continuas infidelidades del pintor. Antes de eso, intentaron sin éxito ser padres. Su complicada situación, debido al brutal accidente, la imposibilita para ser madre. Hasta cuatro embarazos sin éxito tuvo la artista. Su deseo de ser madre era fracturado como lo fue su columna.
Una de las amantes de Diego sería Cristina, la hermana de Frida. Este hecho la hizo caer en una depresión de la que salió echándose amantes de ambos sexos para paliar su sufrimiento.
Una noche compartía cama con un hombre, al día siguiente lo haría con una mujer. Frida jamás ocultaría su bisexualidad en ese aspecto, aunque era discreta en los encuentros amorosos.
A los años, esta extraña pareja decidió volverse a casar, pero sin tener relaciones sexuales. Firmaron una especie de acuerdo con el que pagarían todo a medias. Se necesitaban el uno al otro.
Esas apetencias sexuales las resolvían con sus amantes respectivos. Lo que sí, Diego no dejó de cuidar a Frida todo ese tiempo. Las palabras de su suegro seguramente las tendría grabadas a fuego.
Tal era su empeoramiento, que en 1953 una ambulancia tuvo que trasladar a la pintora desde su domicilio a una exposición sobre su obra. Los asistentes se quedaron asombrados al ver a la pintora, en una cama en medio de la sala, comentando detalles de las obras, así como vivencias.
Al año siguiente, una tremenda gangrena en su pierna hizo que le fuera amputada desplazándose en silla de ruedas. Este hecho hundió a la artista mexicana al punto de querer suicidarse.
Al poco de eso fallecería dejando un legado de cuadros, entre las que destaca su última obra, de sandías de vivos colores, cuya expresión «Viva la vida» dejó escrita en una de las tajadas de la fruta.
Ese Elefante, tan distinto a la Paloma, consolidaron un extraño matrimonio, donde las infidelidades eran el pan cotidiano, pero estando condenados a entenderse me hace pensar en todas aquellas personas de mi entorno que no deseo que estén en mi vida pero que están. Quizás, viéndolo de la forma que Frida veía la vida, con el constante aprendizaje que te dan esos palos que aunque queramos evitar nos acaban dando, o esas relaciones personales que pensamos que nos dan poco, pero que luego nos demuestran que están ahí.
Y si extrapolamos esa compleja relación a los diversos idearios políticos… ¿por qué, al igual que hicieran ellos, no juntan fuerzas para luchar contra lo que nos afecta a todos, lejos de banderas, de siglas o liderazgos que no conducen a nada al ciudadano medio?
Desempleo, precariedad laboral, enfermedades sin financiación para su investigación, educación, cuidados paliativos… puedo estar todo el día enumerando un sinfín de problemas reales que nos atañe a todos…
Hoy en día tenemos a partidos políticos de diversas índoles, de derechas, de extrema derecha, de izquierda o extrema izquierda, los del centro que bailan según lo hagan las olas del momento…
Al igual que hicieran el elefante grande y la pequeña paloma, firman un acuerdo, donde se necesitan el uno para sobrevivir el otro. Sin la extrema derecha no existiría la extrema izquierda, como sin la extrema izquierda no existiría la extrema derecha. Es un juego donde los jugadores son otros, nosotros los espectadores del zoológico.
Mejor será seguir disfrutando con el arte que nos dejó Frida.