¿Se imaginan ustedes a un alcalde que denuncia, y lleva a juicio, a una vecina de su pueblo porque, en el transcurso de una entrevista en la que la vecina le expresó su disconformidad al edil con determinadas decisiones del Ayuntamiento, la discusión llega a mayores y la señora intenta agredir al Sr. alcalde con el mando de un aparato de aire acondicionado?
Lo que viene a continuación, imaginaria escena que hasta es posible que pudiera corresponderse con la realidad, es de auténtica película de Berlanga, de aquella de la época del blanco y negro, tanto cinematográfica como políticamente: el Alcalde corriendo alrededor de la mesa pidiendo ayuda, dos concejales de su plena confianza, por supuesto que del alcalde, que entran en el despacho y, entre los tres que consiguen «desarmar» a la vecina.
No queda ahí la hazaña del curtido, heroico y abnegado alcalde: a continuación, ni corto ni perezoso, se dirige diligente y orgullosamente, al Juzgado para poner una denuncia a la vecina por agresiones y, como no podía ser menos, sus testigos son los dos concejales de su confianza que, al igual que él, cobran sus respetables y nada humildes sueldos, de los impuestos de los ciudadanos del pueblo. Por supuesto que una parte del sueldo es abonada por la vecina «agresora» que usó el mando del aire acondicionado como arma potencialmente letal.
Segunda consideración de la gesta no menos gloriosa que las descritas en el Cantar del Mío Cid: la jueza condena a un año de cárcel a la vecina agresora. Nada menos que un año de cárcel, que por supuesto no cumplirá al no tener antecedentes, por intento de agresión a la autoridad. Se supone que la sentencia es totalmente ajustada a derecho, por eso, ni una crítica.
Queda patente la hombría, el valor, el coraje, la bravura y el heroísmo de la hazaña memorable del Sr. alcalde… y por supuesto el espíritu de abnegado servicio de los tres ediles: el Sr. alcalde y los dos concejales, testigos de cargo.
¡Faltaría más que una simple vecina ponga en duda la hombría de todo un alcalde!
Pues nada, que a veces la realidad supera a la ficción: todo un esperpento.