Nutrido grupo el que acompañó a Antonio Iglesias ayer en las tablas del teatro de la Villa en la presentación de su libro «San José de La Rinconada. El barrio que yo conocí». Un libro memorístico en el que, prolijo en el recuerdo, se recorren las tres décadas de fundación del Barrio, aún ser San José.
Con introducción de Raquel Vega y entrevistado por Sergio Moreno de Radio Rinconada se presentaron unas páginas fuera del programa del Otoño Literario por exigencias del propio autor. «Él es el que manda» reconoció la titular de Cultura, que reconoció su admiración y respeto. Iglesias se reconoció abrumado por la presentación y agradeció con cariño el entusiasmo con el que «Raquel mima la cultura, aparte de que le paguen».
Antonio Iglesias, Alberto en la lucha antifranquista, detenido en una operación que el ABC de la época tituló «Desarticulación del Comité Regional del Partido Comunista en Sevilla» —titular equivocado en todo cabo— y sentenciado a 3 años y 10.000 pesetas de multa. Corría el año 1973 y Antonio no sería libre hasta el indulto general, en noviembre del 75.
Secretario del Comité Local de Sevilla y miembro del Comité Central a su salida de la cárcel, Antonio continuó organizando la lucha contra la dictadura desde todos los ámbitos, como había venido haciendo desde su afiliación a las juventudes comunistas entre el 61 y el 62. Una muestra de su implicación es el detalle de que estuvo presente en los hechos de septiembre del 68 frente al cuartel de la Guardia Civil tras la detención de cuatro trabajadores —agitadores comunistas, según el ABC— en una asamblea en la que la Guardia Civil apareció metralleta en mano disparando al aire. Estas detenciones llevarían a una multitudinaria manifestación —más de 200 personas— que exigió la libertad de los detenidos y como respuesta se llevó dos heridos de bala.

Su hermano, Pepe el cartero, sería alcalde del primer ayuntamiento democrático de La Rinconada, donde se hizo patente aquello de que La Rinconada era la Rusia chica, mientras él seguía construyendo el partido, hasta su salida en la crisis del PCE. Recalaría en el PSOE, partido con el que sería concejal sumando diversas responsabilidades como Participación Ciudadana, Servicios Sociales o Festejos (de San José).
No obstante, poco de todo lo anterior se habla en el libro. Sí se recuerdan las riadas del Almonazar que «hacían que familias enteras tuvieran que empezar de cero cada año»; las panaderías, como la de Natividad Morales; la oficina de correos que tenía su hermano en una habitación de la casa, que luego sería aula para varias generaciones de chicos del barrio.
Un barrio, el de San José, mucho más pequeño que el actual, y cuyas coordenadas quedaban fijadas por accidentes naturales hoy invisibles, los arroyos Almonazar y del Mocho, la Estación y el Cruce. Un barrio marcado por su dinamismo, su vitalidad y la multiculturalidad que le proporcionaba ser «destino de muchos» gracias a la azucarera.
Azucarera en la que, siendo él cartero, hiciera que perdiera una gratificación «de unas seis pesetas al mes», debido a la exigencia del encargado de que la correspondencia se le entregase primero a la industria azucarera, cuando «era lo último en el itinerario desde Correos al Cánamo».