Soy un modesto colaborador que ocasionalmente escribe en un modesto periódico de ámbito provincial: «Tu Periódico Soy» en el que suelo participar en una sección titulada: «Ideas al diván», donde expongo mis opiniones. Aprovecho la ocasión para invitaros a suscribiros, por tan solo 5,99 euros/mes. Este tipo de prensa necesita la colaboración de sus lectores para su propia supervivencia. Ya vemos que la agenda mediática se aleja cada vez más de informar desde la pluralidad y la imparcialidad.
Dicho lo dicho, voy a entrar en la cuestión principal de mi artículo de opinión de hoy.
Creo oportuno referirme al contorno de una palabra que desde un tiempo muy reciente se repite más que el ajo y que ha comenzado a circular entre nosotras y nosotros para hacerse presente hasta en los sueños. Esa palabra es AMNISTÍA. A unos les llega con asomo de escándalo, a otras con extraordinaria empatía, a otros les sirve para derramar y volcar su odio y a muchísimas y muchísimos les produce un «comme ci, comme ça», como dirían nuestros vecinos franceses. Amnistía que buscando su origen es una ley de olvido, o sea de perdón; pues se produjo por vez primera en la Antigua Grecia, cuna de nuestra civilización.
Es evidente que es una palabra que encierra múltiples posiciones poliédricas y encima encontradas. Al poder oligárquico: «a buenas horas, mangas verdes». Al poder mediático: «difama que algo queda». Al poder progresista: «a cuentagotas». Al poder eclesiástico: «a dios rogando y con el mazo dando». Al poder judicial: «A la cárcel todo cristo». Y que al común de los comunes nos confunde o aturde.
De entrada decir que desecho la posición negacionista porque repugno lo «anti», y más aún sin saber cuál será su articulado. Muchas personas, dicho sea de paso, fieles asistentes a misa diaria y fiestas de guardar, y afines a pulseritas rojigualdas, ya están haciendo de juez y parte, anteponiéndose de antemano a una neonata ley.
Sin embargo, me atrae más lo colaborativo y lo constructivo. (Reconozco que ni soy letrado ni ese especialista jurídico que vive de los artilugios latinistas de su jerga, como mecanismo de marcar distancia y superioridad con respecto a la plebe). Como cuando una persona acude al médico y este le dice: «usted tiene una cefalea aguda» en lugar de utilizar la expresión «dolor de cabeza», más entendible para todos. Pues igual ocurre con determinados jueces y fiscales cuando se ponen sus togas en sus inmensas y enormes mesas distantes de los que dicen administrados, lo que hacen es justificar su inmenso poder con unos tecnicismos de palabras oscuras y retorcidas con el objetivo de impresionar al pueblo llano y que este tenga que postergarse.
Y, entonces, me pregunto a mí mismo: si la ley de Amnistía del 77 tenía como fundamento social el reencuentro entre los españoles, una vez muerto el dictador en la cama; y que eso desembocara en lo que hoy es nuestra actual democracia (imperfecta, pero democracia al fin y al cabo), ¿por qué esa neonata o futura ley de Amnistía pueda suponer también un gesto de reencuentro para la convivencia con Cataluña? ¿Tan grave sería eso?
He leído que juristas del prestigio de Javier Pérez Royo o de José Antonio Martín Pallín la verían compatible con la actual Constitución.
Sin embargo, otros jalean desde esas posiciones del Jurásico político o desde ese «inconstitucional» CGPJ (lleva más de 5 años estando caducado su mandato), su no cabida en ella y azuzan a casi todos los rotativos de prensa y cabeceras de telediarios a increpar a Pedro Sánchez, presidente del gobierno de coalición de España, a calificarlo como un Judas Iscariote; y desde ahí también aprovechan y jalean desde sus tribunas políticas las derechas de Alianza Popular (actual PP+Vox, o sea Ayuso, Feijóo, Abascal…).
Otros, desde el silencio cómplice de la apostólica iglesia de nuestra patria, que incomprensiblemente se sustenta en el principio del perdón de los pecados («perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»). Nos decía nuestro poeta Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que lavándose las manos se desentienden y evaden”. Pero no, los episcopales prefieren ponerse de perfil y lavarse las manos como el propio Pilatos y vivir en ese limbo celestial, pero más por intereses pecuniarios que de sus propios dogmas. Hay también juristas de altas togas que opinan que no habría ningún obstáculo jurídico que pueda impedir aprobar una Ley de Amnistía sobre los delitos juzgados o no del procés.
Sería tan constitucional como la Ley de Eutanasia o como la Ley del trabajo a distancia, (ambas no aparecen literalmente en la Constitución como tampoco aparece la palabra amnistía) Y al común de los comunes nos siguen confundiendo o aturdiendo en lugar de instruirnos. Pero como dice el poeta Gabriel Celaya: «maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse».
Yo sí me voy a manchar. Cerrar el capítulo de aquella España Una Grande y Libre (esto lo pusieron como adorno) y abrir la posibilidad de futuro para evitar odio entre las nacionalidades y pueblos que componen nuestra nación de naciones, que es España. Las referencias constitucionales a las nacionalidades que la componen y a las amplias competencias que se conceden a las CCAA en el Título VIII nos aboca a poder configurar un futuro Estado Federal donde todas y todos comamos perdices.
Y a ser posible, sin los Borbones, para que se legitime aquello de que todos los españoles somos iguales ante la ley, y que el Jefe del Estado sea elegido por el pueblo y no por pertenecer a tal o cual familia dinástica.
Además, nuestra España se viene manifestando electoralmente como plurinacional, por mucho que Ayuso califique, al estilo franquista o al deseo de Abascal, a las Comunidades Autónomas como regiones. Ya se sabe que hay una fuerte tensión por parte de los poderes fácticos y oligárquicos de volver a recomponer aquella España bipartidista: pero no lo lograrán porque es hora ya de arrojarla por la borda y actualizarnos. España es ya feminista, memorialista, europeísta y plural y, por tanto, más igualitaria. Una oportunidad más para seguir avanzando. En eso se está.