La España de Frascuelo y de María, con la Esperanza cree llevar esperanza a los barrios más pobres de España, o quiere creerlo, aunque la esperanza no alcance al salario justo con que satisfacer las necesidades lógicas de sus vecinos, aunque la Esperanza no llegue a sustituir la maría o los enganches eléctricos para otros cultivos menos honrosos. Intento trentino de enmascarar la sutil imposición de resignación y conformismo ante una forma inhumana de comida deficiente, dónde Cáritas sea el medio de promover agradecimiento a la Iglesia por su ayuda y a ver si es posible algo de fe en su labor, rendidos por la presencia de unas imágenes respetadas y queridas, sin necesidad de facilitar escuela, educación, alimento y vestido, perspicaz forma de mantener el necesario estado de ignorancia, emergencia y necesidad, con que obtener apoyo electoral, por un lado; y por el otro mano de obra sumisa para los trabajos más desagradables y/o peor pagados para lucro sobrante del capitalismo monopolista y oligopólico.
Desde que se empezó a publicar el mantenimiento en la mayor pobreza y discriminación a barrios de Sevilla, Cádiz, Córdoba, Málaga, Sanlúcar de Barrameda y otras muchas poblaciones andaluzas, barrios con menos de un diez por ciento de renta respecto a la media en ciudades como Madrid, Valladolid o Valencia entre otras igualmente afortunadas, casualmente y de seguro sin relación (?), comenzó la profusión de procesiones magnas y «misiones» consistentes en pasear la imagen de la Virgen por el barrio y mantenerla un día o dos a la adoración de los fieles, para que le puedan pedir todo aquello de cuanto carecen, aunque la carencia se mantenga y haga «necesaria» otra «Magna» u otra misión.
Extraño juego entre las autoridades y la Iglesia, que lleva a las primeras a felicitar y financiar esa multitud de salidas extraordinarias, ya excesivas, capaces de cansar incluso a los fieles cristianos más convencidos. Extraño juego contrario a la Constitución aconfesional del Estado, que también marca de forma indeleble la clara diferencia entre Estado y Gobierno, o Administración en general, desde la presidencia hasta la alcaldía del pueblo más insignificante por su tamaño.
Esto ya no es tradición, mucho menos recuerdo del origen. En Tartessos había unos días, dos o tres como máximo al año, para agradecer la cosecha a la Tierra, madre y a la Luna benefactora y pedirle otras trece lunas de bonanza. Fuera de esas fechas se podía visitar a las deidades en sus templos o santuarios. Y así llegó, con notorios cambios o adaptaciones de forma hasta la Edad Media. Esto no es el principio, pero sí el momento de aprovechar, en la Edad Media, el sentimiento religioso incrustado en la mente de las personas, en el inconsciente colectivo, rememorando a Carl Jung. Aunque la idea del Cardenal Pedro Niño de Guevara fuera loable al pensar en el fin de la tortura ejercida para acabar con el ateísmo, o sea: para hacer cristiano a todo el mundo por las buenas o por las malas, y cambiarlo por el mantenimiento de esa devoción ancestral adaptando su representación; aunque enterrara al cordero de oro sustituido por la adoración a imágenes, si esta vez eran de vírgenes, cristos y santos, la población seguiría venerando figuras, pero al menos serían, se autoconvencerían de ser cristianos.
Incluso el proyecto del gran inquisidor, Arzobispo de la Archidiócesis del reino de Sevilla y algún reino adyacente, ha sido superado. Más que eso: plenamente trastocado. Lamentablemente rebasado. La profusión de pasos en la calle son como las pipas de girasol: no alimentan pero entretienen. ¿Por cuánto tiempo? ¿No llegará el cansancio a llenar a los primeros receptores de esas «misiones» incapaces de saciar el hambre y la sed de justicia, en palabras del propio fundador de la religión cristiana y preludio de la musulmana?
Desde luego deja clara la necesidad, la urgencia de una fuerte sacudida, porque la gente de Los Pajaritos, Torreblanca, Polígono Sur y otros muchos barrios en muchos pueblos y ciudades de Andalucía, necesitan algo más que consuelo. Necesitan poder vivir. Y la demagogia del gobierno, superada con muchísima ventaja por la actual oposición política, no da de comer. Es apoyo a la resignación para enriquecer más a los más ricos.
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