Carlos Mazón dimite. Y, por fin, podemos dejar de fingir que su dimisión tiene algo que ver con la política.
Él mismo lo ha dejado claro: no se va por la DANA, ni por los recortes, ni por el desmantelamiento institucional que ha ejecutado con una sonrisa en la cara. Se va porque está «roto». Porque «no puede más». Porque las presiones son muchas. Porque a las 20:11 de la tarde del 29 de octubre, mientras caía el cielo sobre la Comunidad Valenciana, él estaba… ocupado. Pero no con la gestión. No con el riesgo máximo. No con la alerta roja. Estaba ocupado de una forma tan privada y tan humana que no puede nombrarse sin que a algún medio le tiemble el ránking de visitas.
Y, sin embargo, aquí estamos. A punto de convertir su dimisión en un relato íntimo, humano, trágico. A punto de hacer pasar como heroica la retirada de un presidente que no ha sabido estar a la altura, que no ha querido estar a la altura, y que deja tras de sí no solo una gestión fallida, sino 229 personas muertas durante una catástrofe climática que pudo y debió afrontarse de otra manera.
Porque no fue la lluvia. Fue la decisión política de no cancelar clases, de no suspender desplazamientos, de no emitir la alarma adecuada, de mantener la normalidad mientras la AEMET rogaba precaución y el suelo comenzaba a inundarse. Fue la decisión de no molestar, de no asustar, de no parecer débil. Esa fue la prioridad de Mazón. Y esa prioridad se llevó por delante vidas.
¿Hemos visto titulares diciendo eso? No. Hemos visto titulares como el de El Español, que hablan de «un Mazón roto y sin fuerzas para continuar». Como si la política fuera un reality y el momento de la dimisión un confesionario. Como si el foco debiera estar en su ánimo, en su salud emocional, en sus lágrimas. ¿Y las lágrimas de las familias de las víctimas? Esas no tienen espacio. Esas no cotizan en prime time.
Lo que no se dice en esos titulares es que Mazón no se va porque le hayan pasado factura sus decisiones, sino porque se le han ido de las manos sus contradicciones. Porque se puede gobernar con Vox, pero no se puede fingir moderación eternamente. Porque se puede recortar en cultura, en igualdad, en medioambiente, en vivienda y en todo lo que no se ve en una rueda de prensa, pero no se puede evitar que la realidad termine entrando por la puerta. Y la realidad entró por la puerta con una gota fría que se llevó vidas, casas, tierras y certezas. Y a Mazón, mientras tanto, lo pilló mirando para otro lado. O a otra persona. Vaya usted a saber.
Él dice que no puede más. Pero, ¿y quiénes se quedaron sin familiares? ¿Y quiénes vieron morir a sus padres, a sus hijos, a sus vecinos? ¿Y quiénes alertaron y fueron ignorados? ¿Y quiénes se mojaron, literalmente, las botas por suplir la ausencia del gobierno autonómico? Porque la lluvia cae, sí, pero la política decide si hay paraguas, si hay protocolo, si hay medios y si hay coordinación. Y aquí no hubo ni eso: hubo desprotección, hubo desinformación, hubo abandono.
Y ahora hay teatro. Porque dimitir llorando no te absuelve, no te convierte en víctima, no reescribe los hechos, no borra los audios, no entierra las pruebas y desde luego no resucita a nadie. La dimisión de Mazón no es una salida digna, es una huida. Y ni siquiera una huida elegante: es la escapatoria de quien se ha dado cuenta de que ya no puede sostener la farsa.
Porque ha gobernado como si la Comunidad Valenciana fuera su escenario, como si la prensa le debiera titulares amables, como si la oposición no existiera, como si las consecuencias fueran cosa de otros y como si todo se resolviera con una frase bien dicha. Y ahora que la cosa se complica, hace mutis por el foro, pide comprensión, habla de salud mental, pone cara de drama y se larga.
Y no. No es que no creamos que esté afectado. Lo estará. Como lo estaríamos cualquiera si sabemos que hay cientos de familias que podrían estar hoy completas si no hubiéramos jugado a ser gestores eficientes ignorando las alertas meteorológicas. Pero lo que no se puede permitir es que se convierta esto en una escena de redención. No es un santo dolido. Es un presidente que no cumplió su obligación de proteger a su gente.
Que no nos distraigan. Que no nos vendan la pena en papel couché. Que no nos hagan olvidar por qué estamos aquí. Mazón se va porque la gestión de la DANA fue un escándalo, porque hubo muertes, porque hubo responsabilidades, y porque no se puede vivir eternamente en la propaganda. Y porque, quizá, a las 20:11 de ese día, había cosas más urgentes en su agenda personal que activar el protocolo de emergencia.
Y si hablamos de escándalos, hablemos de precedentes. Cristina Cifuentes cayó por un bote de cremas. Carlos Mazón ha caído por un jersey amarillo. Pero no por la política que han hecho, no por los recortes, no por el dolor, no por los cuerpos mojados que nadie rescató, no por los presupuestos que vaciaron, sino por errores de culebrón.
Ya solo nos queda esperar qué tirará de la silla a Bonilla. Porque desde luego no será su gestión de los cribados de cáncer, ni los tiempos de espera sanitarios, ni los datos de pobreza infantil en Andalucía. A Bonilla lo echará, con suerte, una croqueta. Una croqueta rota, desbordada, mal rebozada. Y habrá quien diga que fue una decisión valiente. Que era el momento. Que su corazón estaba dañado.
Y mientras tanto, las 229 familias seguirán esperando justicia.
Lo único que me queda, que nos queda, es seguir escribiendo
Por si algún día, los titulares vuelven a poner el foco donde importa: en las víctimas, y no en el ego herido del victimario.
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