Es posible que en 1885, en un pueblo blanco, luminoso pero afortunadamente aislado en la Serranía de Ronda para unos, para otros en la de la Utrera y el Paraje Natural Sierra Crestellina ¿lo queremos más dual?, se tuviera escasa información sobre la existencia de un río: el Padre Guadalquivir. Responsables: las distancias, el atraso propiciado por los regímenes totalitarios victoriosos en el Estado desde que, en palabras de «El Perich», en Covadonga ganaran por primera vez las derechas. Un río como los demás, algo mayor que los demás. El Betis latino, el Khébir andalusí, El Rio Grande, es mucho más que un río. También Blas Infante es mucho más que un notario, mucho más que un escritor, mucho más que un investigador. Mucho más que un «hombre bueno» en el sentido condescendiente de la palabra, mucho más también que en el machadiano en el buen sentido de la palabra «bueno». Mucho más incluso que el sentido real y justo de la palabra. Porque era un hombre normal.
Es posible que Blas Infante conociera al Guadalquivir al llegar a Sevilla, o incluso algo antes, en Granada, dónde gracias al servicio prestado a la ciudad por el Darro y la cobertura del Genil, uno de sus hijos más aventajados, conocería a fondo el valor de los ríos por el agua transportada de un lugar a otro lugar de Andalucía, normalmente alejado, conducción llevada a cabo gracias a la conexión de la mayor parte de los ríos andaluces con el Padre, Guadalquivir, el Gran Rey como lo bautizó Góngora, otro Gran Rey, en este caso de la poesía y la creación en lenguaje barroco, a pesar de la dificultad para comprenderlo en algunos casos.
Comprensión, que hermosa palabra. Posiblemente Blas Infante durante su niñez no tuviera noticia del Tartessos culto, renovador y marinero; el Padre Betis latino, el Khebir andalusí, el Río Grande de todas las épocas, sin más información que la recibida en la escuela de primaria. Tal vez algo más, dónde le habrían hablado de los ríos en Archidona y en Cabra, pero no debía pasar de una visión mecánica, un concepto numérico. En ningún sitio, ni seguramente en la Universidad, en la imponente Granada dónde tanto le impuso el pasado andalusí, nadie le hablaría de las entrañas del río. El Río. Eso, respetuosa deferencia, lo dejarían para que él mismo lo descubriera. Un río cuya única diferencia aparente con los demás peninsulares, era su mayor caudal. Craso error, porque el Padre Betis era, es y será mucho más que uno más, a pesar de ciertos políticos empeñados en pasar a la posteridad como nuevo Eróstrato, por haber envenenado sus aguas, la suya y la aportada por cientos de ríos de toda Andalucía.
Es posible que Blas Infante en Sevilla comprendiera el valor, la importancia del río y el agua transportada. Porque hay que verlo. Hay que ser un Hombre normal para valorar en su justa medida todo cuanto nos rodea. Para descubrir todo lo oculto y ponerlo en la superficie, a la vista de los demás, para aprovechamiento de todo el mundo. Para enriquecer a todos. Don Blas era un hombre normal, lo mejor que se puede ser. El río, igual que él, no era, no es uno más, porque lo más necesario para ser normal, es ser único, no ser un calco de una mayoría indolente. El río no era como él en una cosa que también los une: Infante era único; el Guadalquivir es dicotómico. Pero ambos son muchos al mismo tiempo. Blas Infante era único, detalle imprescindible para ser un hombre normal, porque trabajó, analizó, estudió y descubrió lo que muchos no han sido capaces y otros muchos han querido ocultar, esconder y desmentir, sin enterarse que al final siempre hay una luz. El río tampoco normal, es dual, como Andalucía, sorprendente, sencillo, alcanzable y dicotómico. Es el único río con dos nacimientos, con muchos, porque nace en el corazón, en el chorro que brota para dar vida a cada uno de sus afluentes, en eso si un hecho común con Infante. Pero nace de forma oficial en la Sierra de Cazorla, y en la de los Filabres, porque es andaluz hasta el fondo, hasta más debajo de lo más profundo de su agua, para ser más andaluz. Porque cuando nominaron los ríos, sólo pudieron nombrar Guadalquivir a uno y en aquel momento entendieron que el Guadiana Menor solamente era su afluente de mayor longitud. Pero ahora, después de mediciones y mediciones ¿Quién le dice a Cazorla, quien le dice a Quesada, y a la Cañada de las Fuentes que ése «no es su río», no es su Guadalquivir, quien lleva tantos siglos naciendo allí cada mañana? Y ¿Quién le dice a la Sierra de María, y a Chirivel y a Los Vélez que esas ramblas no son el nacimiento de su río, el de todos los andaluces. La imposibilidad de determinar la diferencia en altitud de ambos brazos en Torreperogil, dice que ambos son uno, que allí se unen para seguir su curso seguro, sosegado hasta llegar a Sevilla dónde se abre en brazo de mar de agua dulce, después de haber empujado al Lago Ligustinus para darle a Andalucía, a la península, al mundo, el seguro de vida del Parque Nacional de Doñana. El que necesita nuestra lucha incluso con las uñas y los dientes, incluso a dentelladas y arañazos, mientras más profundos mejor, para que ese resto, ese superviviente de la desecación del Lago Ligustinus, cuando incluso antes de ser lago, nació en un islote y sobre palos clavados en el fondo alrededor del islote, la ciudad de Spal, Spalis, Híspalis, Ixvilia.
El lugar del agua de griegos, romanos y andalusíes. Porque el río no es de nadie, porque es de todos. De toda Andalucía. Porque a través de sus múltiples brazos, comunica en superficie toda el agua contenida en los acuíferos dueños del subsuelo.
Por eso el Guadalquivir, dual, dicotómico, tiene tanto en común con Blas Infante, aunque Don Blas posiblemente no lo conociera hasta pasada la pubertad. Y si lo conoció antes mejor. Y si después, también mejor. Porque para ser grande, para ser una gran persona, para ser el estudioso capaz de reconstruir la historia, de ahondar en el espíritu y la esencia, en el carácter y la riqueza y en el por qué de su dejación histórica, de su artificioso hundimiento en la miseria para utilizar sus valores, para alcanzar a comprender, recuperar, difundir todo eso y defender el derecho a recuperar su esplendor, hay que ser Grande. Como Don Blas; como el río que recoge y junta el agua de toda Andalucía, para ser más lugar del agua; no hay que ser poderoso, ni dios, ni adivino. Hay que ser inteligente, trabajador, estudioso, comprender y separar el grano de la paja. Interpretar. Y unir piezas, como el Khébir une toda el agua de Andalucía. Porque el agua es sagrada. Es lo más sagrado que existe, por su valor, no el económico, el simbólico, dador de vida, creador de riqueza, alimento del espíritu y del cuerpo. Y sagrado, obligado, perentorio y preferente es su conservación.
El río nos une, nos ata. Blas descubre nuestro pasado, nuestra iniciativa, nuestra riqueza y nos lo pone sobre la mesa. Y nos afirma la necesidad de un gobierno propio, sin salirse de España. No es necesario si España lo acepta. España no es el territorio, el territorio no decide. España es la voluntad de vivir juntos, si se tiene esa voluntad, pero no atados unos por otros.
Blas Infante investigó, unió, ató cabos, extrajo conclusiones lógicas y lo comentó, lo escribió, lo explicó y lo publicó para dejar clara la auténtica y verdadera realidad de Andalucía y el derecho de Andalucía a recuperar sus derechos. Lo hizo público, lo publicó a sus expensas para mantener la verdad viva, para evitar una posible nueva pérdida, o para impedir la continuación de la ocultación preconcebida; para servicio de generaciones futuras, de futuros defensores de Andalucía, incluso cuando parezca que Andalucía se ha perdido. Porque se comprometió con Andalucía, porque amó a su tierra hasta su extinción en vil asesinato la madrugada del 11 de agosto, en un recodo de la carretera, a cuatro kilómetros de Sevilla, rematado por el «tiro de gracia» del personaje más repelente de aquel momento, insignificante y enemigo declarado de la paz, la enseñanza y el trabajo, conocido por el sobrenombre de el soldadito.
El Guadalquivir nace, crece, aporta el agua del interior de la tierra sin agotarla, para que dure y se mantenga siglo tras siglo, para ayudar a mantener una sociedad trabajadora en primer lugar. Para recordar aquellos momentos, cuando sociedades opresoras deciden desaprovechar el territorio y esclavizar a la población autóctona para convertirlos en sus criados. Recorre toda Andalucía de norte a sur, de este a oeste y pone en contacto a toda Andalucía con toda Andalucía. Sus afluentes recorren la tierra como venas húmedas que alimentan, dan vida al territorio para facilitar el trabajo a sus hijos, sus habitantes. Por algo es el Padre, como en las civilizaciones antiguas, alguna más moderna que la actual, la Luna es la Madre. Porque la noche fertiliza los campos, mueve las mareas, se mira en los ríos y los lagos; es el maná cultivado por sus gentes.
El Gran Rey nos muestra la íntima relación entre todos los rincones de Andalucía, la unidad real existente en su suelo y, amable y acogedor, evitó las fronteras: para entenderse con la tierra y las poblaciones circundantes, para crear una unidad al sur de la línea de la «h» aspirada.
Ambos, al unísono, Blas Infante y el Guadalquivir, el Río Grande de Andalucía, el Nilo andaluz, se enfrentaron victoriosos a nuestros depredadores y ambos sufren las consecuencias de una sociedad dominada por la imbecilidad, la indiferencia mantenedora del abuso y la corrupción. Porque se puede matar a un hombre, pero la idea prevalece, su obra se mantiene. Se puede matar un río, intención demostrada por el gobierno andaluz actual, pero seguirá uniendo comarcas a pesar de esos depredadores y continuará entregando su agua al inmenso océano. Y si lleva con él la muerte, ya no es responsabilidad suya, sino obra de gente sin escrúpulos en su intento rastrero de deshacerse de esa basura, quizá les recuerde demasiado a sí mismos, a su propio comportamiento. Porque ellos ni remotamente pueden acercarse a la categoría de Blas Infante o de cualquier río, menos aún del Guadalquivir. Por eso necesitan verse suficientemente lejos de ambos.
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Si Blas Infante viviera, podemos estar seguros, vería lo que están haciendo con el río, nuestro Río y sería el primero en denunciarlo y protestar. Recordaría su alegato contra la gente de alma pobre y espíritu cobarde, porque es más noble «Engrandecerse por sí, por el propio esfuerzo y por el propio dolor para dar la grandeza adquirida por sí a los demás, movidos por el amor». Lo gritaría otra vez, escribiría, reclamaría el derecho de los andaluces a defender un río limpio, cuidado, apto para mejorar la vida. En cambio, «de la gente de alma grande, siempre sale un rayo de esperanza para todos». Porque como reza el poema de Miguel de Castro y él mismo recogía en su obra básica «Ideal Andaluz»:
La Andalucía que yo canto no está en las zambras ni en las fiestas ni es la que admiran los extraños ni es la que cantan los poetas. Es la labriega del Cortijo, es la mocita aceitunera que en su mirar de calentura su desengaño y su hambre enseña. Yo he convivido en los cortijos con los esclavos de mi tierra, con las mujeres que en tinados paren lo mismo que las bestias; con los gañanes enfermizos, que por moradas tienen cuevas; con los chiquillos harapientos, carne que el lobo invierno entierra, que no han dormido en una cama, que no han comido en una mesa…
Porque en acertada comparativa, recordaría y volvería a recordar las palabras del ingeniero agrónomo Ángel Torrejón:
«Y aquí, en España, para las marismas de esta hermosa Andalucía, no hay iniciativa privada ni acción oficial…que mejore, para el cultivo, esos dilatados estuarios que ya la naturaleza se ha encargado de poner a nivel, para quecon poco gasto proporcione gran riqueza y sirva de sostén a numerosas familias».
Las marismas, hijas y hermanas del Guadalquivir, cuidadas y regadas por él, y acogidas también al poema de Sebastián Cuevas, otro andaluz de conciencia:
«antes que la moda de invertir, la costumbre de visitar, la rentabilidad de explotar nuestra tierra, permita a los especuladores de la destrucción el deterioro de nuestra dormida identidad de andaluces»
Antes por tanto que la especulación apoyada desde el poder, premiara a los especuladores y les diera preferencia para continuar quemando literalmente un bien ya escaso de por sí, aún más en Andalucía, como es el agua apta para la alimentación y para mantener vivo el paisaje, paisajes tan hermosos y necesarios como el de Doñana, o como podrían ser las marismas de Isla Mayor y La Puebla del Río, si el poder no hubiera hecho el esfuerzo económico de desecarlas ¿para qué? Se trataba de aprovechar las marismas, no todas, porque todas no eran aconsejables, por ejemplo no lo eran ni lo son las situadas junto al Parque Nacional ni el Natural de Doñana, y ambos intervinieron. Ángel Beca y otros empresarios comenzaron el cultivo del arroz en las marismas de la margen izquierda, en los términos municipales de La Puebla del Río (entonces con Isla Mayor incluida en su término), Las Cabezas de San Juan y Lebrija.
Pero el poder sigue dispuesto a destruirlo todo. Esas marismas, obra del Guadalquivir, llenas de vida y de frescor, útiles para determinados cultivos mantenidas en su estado natural, sin desecar, pero áridas y duras para cualquier tipo de cultivo por la ausencia de humedad, robada por la acción criminal de quienes deberían luchar por la integridad del territorio en las mejores condiciones. Y las mejores siempre son las naturales. La acción oficial, en cambio, está interviniendo para destruir esos cultivos y todo cuanto está a ambas márgenes, y las vecinas del Parque Nacional y Natural de Doñana, a causa del envenenamiento del Guadalquivir con millones de kilos de metales pesados.
Ya con anterioridad, a mayor abundancia, en vez de regular y preparar el terreno para mantener su humedad y facilitar la siembra de ese mismo producto u otros adecuados al suelo en los términos de La Puebla del Rio e Isla Mayor, se han hecho canalizaciones para desecarla y se está conduciendo todo el agua superficial, incluido el de lluvia, para vaciarla cerca de la desembocadura del río, para tirarla por medio de una motobomba gigantesca construida a propósito con ese fin.
Porque su pensamiento era completamente actual, se adelantaba a su tiempo sin ser augur y entonces el Guadalquivir y sus marismas no corrían el peligro de este momento. Nadie podría imaginar entonces, por muy acostumbrados que estuvieran a sufrir las arbitrariedades de la Administración, la forma sádica y brutal del gobierno andaluz en su inexplicable esfuerzo por destruir la marisma.
El pensamiento de Blas Infante era actual y los problemas actuales no son más que consecuencias de la política de su tiempo y de tiempos anteriores, pero algunos elementos, algunas consecuencias cambian. Como Blas Infante, actualizado está siempre el río, por una razón positiva y una negativa. La primera: su agua siempre es nueva. Se renueva todos los días, fluye, avanza, como el espíritu humano, como la inteligencia, como las buenas intenciones. El problema: las malas no se renuevan, son siempre las mismas, deben ser eternas. El río cada vez está más dañado. Ya no es la irresponsabilidad de arrojar y haber arrojado a él los excrementos de pueblos y ciudades. Ahora es peor porque es premeditado, porque esta misma Administración cuya responsabilidad debería ser protegernos, nos ha vendido al capricho, al egoísmo y al beneficio económico de las multinacionales, a costa de empobrecernos más y de poner en peligro nuestra propia subsistencia. Porque el veneno en el agua se va al fondo, pero flota en el aire.
Estos son quienes dicen estar para defender Andalucía. Quienes presumen amarla porque apoyan parte del folklore, la parte con la que más fácil es ganarse a la gente: las fiestas y las llamadas costumbres populares. No es que estas sean negativas, en absoluto. Defenderlas no es lo malo. Lo malo es que la autoridad andaluza se quede en eso y no profundice. Que no entre en la evolución de las condiciones de vida en Andalucía, en cómo y por qué hemos llegado a esta situación, en cuáles son las causas y cuál puede ser el posible remedio; cual podría ser nuestra solución, qué es más necesario que la simple promoción personal, que la presunción vana, para revertir todo el daño hecho a nuestra tierra y nuestro ser, en los últimos setecientos años. Lo gravemente negativo es que ese mismo gobierno no defienda igual nuestro léxico, nuestra historia, nuestro carácter. Que no se interese por una industrialización racional de Andalucía capaz de poner en valor nuestros recursos, en vez de aceptar aparentes soluciones sólo beneficiosas al capitalismo exterior y perjuicio para nosotros, para los legítimos propietarios de esas riquezas agrícolas y mineras. Que no reclame nuestras obras arqueológicas y de arte, secuestradas por los museos madrileños en especial y algunos europeos. Que no reclamen la devolución de la Dama de Baza, llevada a Madrid «para restaurarla»; la Inmaculada de Murillo, devuelta a Sevilla por el General Pètain, después de verse presionado por artistas, durante su visita a la ciudad. Que «rían la grasia» como su periódico defensor de España y opresor de Andalucía, por tanto verdaderos creadores de diferencias y aventadores de posibles anhelos independentistas, en vez de reclamar los altivos y trabajados leones de las Cortes, sustraídos de noche, para burlar a los trabajadores de la Fábrica de Fundición Daoiz y Velarde, quienes los hicieron fuera de su horario laboral y sin compensación económica, por el contrario de forma voluntaria, con el bronce de los cañones ganados en la guerra de Marruecos. Sustracción dictatorial para sustituir a los endebles leones enanos, anteriores ocupantes de los basamentos.
Por eso proponía la educación. Hace falta mucha para comprender el daño hecho a Andalucía y a nuestro río también, aunque más recientemente y el que se ha empezado a hacer para aumentarlo y magnificarlo a su máxima potencia.
Si pudiera estar aquí sería su mayor defensor, porque, como hombre culto y amigo de informarse antes de hablar, sabía muy bien que el río y sus afluentes son las venas por dónde fluye la vida de Andalucía. Él se rebelaría ante el ataque inicuo, al que los andaluces actuales, no hemos sabido responder, por el contrario
«hemos asistido inermes y pasivos a tanto expolio, preterición y saqueo, reaccionamos, como hijos que somos, ante el atentado inicuo que supone la irreversible, si no se remedia, agonía del Betis, nuestra espina dorsal, vértebra, cédula propia y apellido».
Por eso ahora Blas Infante se plantaría, demostraría la necesidad de conservar el Guadalquivir en toda su integridad, informaría, defendería su recuperación y descubriría a los andaluces de alma cobarde y a los depredadores defensores de la especulación, aplaudiría y gritaría junto a Sebastián Cuevas, campiñés y serreño, cordobés de Torredonjimeno, con ello doble motivo para que el río le doliera en su alma poética. Y los gritaría, lo reclamaría, a todo pulmón, con toda la fuerza de la razón que asistió siempre a sus planteamientos, con toda la valentía de su justa reclamación:
«Nosotros, andaluces, que hemos malgastado milenios de bravura con milenios de mansedumbre, milenios de desesperación y milenios de feracidad con milenios de hambre, nos asomamos y levantamos ahora por esta larga y generosa herida de nuestro río y exigimos a quien tanto hemos dado, y nos exigimos a nosotros mismos, la inmediata acción para la defensa de lo que nos une, identifica, significa y nombra».
Así es Andalucía. Así es el Guadalquivir. Así es Blas Infante, actual, plenamente actual y verdadero descubridor de Andalucía. Con tantas similitudes entre ambos, quizá más de las aquí citadas. Blas Infante es una de las principales señas de identidad de Andalucía. El Guadalquivir, también. Relacionar elementos, estados comunes, vivencias comunes, también es una preciosa forma de conocer mejor Andalucía. De vivirla, de comprenderla y, por tanto, de amarla.
Partiendo de la necesidad de mantener la vida en el agua,
Por la salvación del río, que en definitiva es la nuestra.
Sería defendido con fuerza por Blas Infante, si pudiera estar aquí en estos momentos. Pero Lo detuvieron… no, lo secuestraron tan cerca de su río que lo tenía de forma permanente al alcance de la vista y casi de la mano, que desde allí podía observar la subida y bajada de los barcos y el discurrir lento y cansino camino de depositar el agua en la mar, el
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Y también el reflujo, la subida del agua desde la mar, tierra adentro, lo cual nunca perjudicó ni, por tanto, puede perjudicar ahora, salvo a causa de la basura altamente contaminante que está arrojando a él, Moreno Bonilla.
Lo secuestraron y lo llevaron a una cárcel improvisada, y hasta amenazaron de muerte al alcalde impuesto por Queipo, por haber intervenido a favor de quien mejor había comprendido Andalucía, su naturaleza, sus derechos, sus problemas y sus soluciones, para desde allí llevarlo a las afueras, y dejarlo inerte ante la cancela del cortijo convertido en convento, por haber defendido los derechos de Andalucía y, presumiblemente, sobre todo, por haber descubierto la verdad.