En el bloque 45 de Los Alcores, en Mairena del Aljarafe, hoy no ha habido justicia: ha habido un desahucio. Una mujer y dos menores han salido por la puerta arrastrando bolsas, ropa y lo poco que uno puede llamar hogar cuando el sistema ha decidido que no mereces techo. No es un accidente, ni una desgracia: es el enésimo capítulo de un modelo que convierte la vivienda en un activo financiero y deja a la gente tirada, como si fueran residuos.
El desahucio lo ejecuta un fondo buitre vinculado a Caixa, a través de las manos opacas de BuildingCenter. Da igual el nombre del nuevo «propietario», porque la lógica es la misma: especular con casas vacías mientras familias completas acaban en la calle. Negocio puro y duro, suma fría y cero humanidad.



Las activistas de la Plataforma 15M y de Stop Desahucios, así como la concejala de Podemos Mairena —delegada de Igualdad en el ayuntamiento de Mairena del Aljarafe— que acompañaban a la familia lo dijeron sin rodeos: «Mairena del Aljarafe tiene casi 50 000 habitantes y ni una sola vivienda pública en alquiler». Cero. Ni parque público, ni alquiler social, ni red de emergencia. Si te caes, te estrellas. Y si tienes menores, te estrellas igual. La alternativa que se les ofrece es pornográfica: unos días de albergue y luego… calle. ¿Eso es política social? No. Eso es abandono institucional.
«El Ayuntamiento tiene que articular una respuesta», repetía una de las activistas. Y tiene razón. No es una petición romántica: es un deber constitucional. Sin vivienda no hay salud, ni educación, ni vida. Sin vivienda, los derechos se desintegran.
La historia de esta familia es la historia de tantas. Una mujer trabajadora con dos niños a su cargo, del barrio de toda la vida, expulsada de su propio pueblo porque aquí «parece que vivimos en Nueva York». Los alquileres se han disparado a 700–800 €, cifras imposibles para quienes sostienen el día a día de este municipio. Para quienes limpian, cuidan, conducen, sirven y hacen que esta ciudad funcione. Pero, al parecer, no lo suficiente como para poder vivir en ella.
Mientras desmontaban la vivienda, la madre de la afectada contaba entre lágrimas que ni el abogado le cogía el teléfono. Que la asistenta social ha hecho lo único que podía con las manos atadas. Que desde el viernes han ido «pa’ arriba y pa’ abajo» buscando una solución que nunca llegó. Y que el barrio… el barrio miraba desde las ventanas.
«Solo ha bajado una persona a ayudar», decía. Una, en un bloque entero, en un pueblo entero. Y remataba con una frase que debería perseguirnos a todas: «Dios quiera que nunca se vean en la situación que se está viendo mi hija y su madre».
Ese es el espejo: podría ser cualquiera. Una separación, un despido, una subida de alquiler… y de pronto eres tú quien mete la vida entera en bolsas de basura mientras un fondo buitre te pone la bota en el cuello.
Desde el lugar del desahucio se ha realizado un video, en el que se entrevista a las activistas presentes durante el lanzamiento y la madre de la afectada.
Esto no puede normalizarse. No puede blanquearse. No puede aceptarse.
Mairena es el síntoma, hoy Día Nacional de Andalucía, de que todo el país necesita, ya, una política pública de vivienda real:
- Parque público en alquiler asequible.
- Intermediación municipal efectiva.
- Protocolos de emergencia que no se limiten a «albergue y suerte».
- Y sobre todo, una voluntad política que ponga a la gente por delante de los fondos de inversión.
Hoy, en el bloque 45, no se ha desahuciado solo a una familia. Hoy se ha firmado un mensaje para todo el municipio, para toda la comunidad, para todo el país: si caes, caes solo.
Pero también se ha visto otra cosa: que cuando la gente organizada aparece —aunque sean pocas— el relato cambia. La culpa deja de caer sobre la familia y se coloca donde corresponde: sobre quienes permiten que en un municipio próspero haya niñas y niños desalojados como si fueran intrusos en su propia ciudad.
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