En estos días, se ha celebrado el 50.º aniversario de la nosécuantésima restauración monárquica en el territorio español, esta última de la mano del generalísimo por la gracia de dios. Que digo yo que sería por la guasa de dios porque, por mucho que la busque, no le encuentro la gracia.
España volvió a ser oficialmente un Reino en 1947 y durante veintiocho crudos inviernos fue una monarquía sin monarca porque así lo decidió el generalísimo por la guasa de dios. A pesar de haber sido gentilhombre de Alfonso XIII y éste su padrino de boda, Franco no le permitió volver a España ni muerto. Ni al rey exiliado ni a su heredero Juan de Borbón y Battenberg, por mucho que éste y otros miembros de tan aristocrática familia se hubieran ofrecido a matar españoles desde el bando fascista. No los quería ni en pintura.
El dictador estaba ducho en las artes de la traición: ya había traicionado a España, a la Monarquía, a la República, a los carlistas, a los falangistas, a las Jons, a los requetés y a sus más íntimos conjurados desde Sanjurjo a Mola. Igual que los legionarios se repartieron las pertenencias de Jesús a los pies de la cruz, el generalísimo se montó su conjuntito franquista por la guasa de dios a partir de los despojos de sus aliados y, luciendo boina carlista y camisa falangista, nos regaló imágenes imperecederas de elegancia, virilidad y grandeza. Por las cahilas.


A los Borbones la traición también les sale a borbotones, como a cualquier realeza que se precie. Últimamente, tenemos a todo un Señor Rey insinuándose por las mancebías del cotilleo y voceando su reconciliación con el recochineo de una sultana de mercadillo. Que tienes que pasar por encima de tu padre, el heredero dinástico, por defender la continuidad dinástica: pues te lo saltas, y luego lloriqueas los sacrificios que tienes que hacer por el bien de España.
Pero la traición no queda en familia, traicionan a diestra y siniestra y si ven tajada, te venden por cuatro perras a la primera de cambio. Que hay que entregar el Sáhara para ser Rey: vale, como en 1975, si total es un desierto. Que hay que entregar Gibraltar para que España sea borbona: pues se entrega como en 1713, total qué más da un peñón. Que lo que hay que entregar es la corona a cambio de una paguita: pues se hace —total, qué más da España—, como hizo en 1808 Carlos IV, otro ilustrísimo antepasado de nuestro Rey Felipe y nuestra Princesa Leonor.


Felipe de Borbón y Grecia viene de dos estirpes de monarcas desterrados y repudiados por su Pueblo. Por la parte griega los títulos son de cartón piedra, sin cuerpo ni valor en el estado del que se llaman príncipes. En España sí que van manteniendo sus títulos pero, cuando no los hay, se los inventan. No en vano el ahora Rey Emérito fue durante mucho tiempo Príncipe de España, otro título sacado de las culeras de la paca —con toda la guasa de dios— porque dinásticamente el heredero al trono de España lleva el título de Príncipe de Asturias, y el Príncipe de Asturias no era otro que su santo padre. Así empezó como Príncipe de España un andar campechano que hoy arrastra su triste figura bajo el famélico título de rey emérito.
La monarquía bicéfala; la diarquía de papel maché. No tiene trono ni reina, pero sigue siendo el rey.
Por la parte borbona son ya siete los antepasados consecutivos directos del rey Felipe que han acabado en el exilio o que volvieron de él: su padre —Juan Carlos de Borbón y Borbón— vino del destierro y si nadie lo remedia se quedará en Abu Dabi; su abuelo (Juan de Borbón y Battenberg) se quedó en Estoril y su bisabuelo (Alfonso de Borbón y Habsburgo) en Roma; a su tatarabuelo (Alfonso de Borbón y Borbón) lo trajeron de París, donde fue desterrado con su madre (Isabel de Borbón y Borbón-Dos Sicilias); y al padre de ésta (Fernando de Borbón y Parma) lo repatriaron como el deseado para que jurase la Pepa y la traicionara después como un felón; un destierro al que partió cuando su papi —Carlos de Borbón y Sajonia— vendió la corona de las Españas a Napoleón. Siete generaciones consecutivas de monarcas o herederos Borbones exiliados. Siete. Y ninguno sin el pegajoso hedor a corrupción. Siete sin contar la rama griega. Veremos si Don Felipe logra romper el hechizo por la guasa de dios. Don Felipe o Doña Leonor que, de momento, ha logrado meter una magdalena entre tanto mendrugo, una Ortiz entre tanto forastero.

Esta es tierra de reyes —dicen—, desde los reinos míticos de Gerión, los protohistóricos de Argantonio, los históricos emperadores Trajano y Adriano, los vándalos, los godos, los omeyas, los almorávides, los almohades, los abasíes, los nazaríes, los Enríquez, los Trastámara, los Austria, los Borbón y los versos sueltos de Saboya o Bonaparte. Algunos dejaron grandes huellas como Mérida, Toledo, la Alhambra, o El Prado. Otros pasaron al olvido. Otros nunca pasaron ni pasarán de tiranos colonialistas que nos raptaron un rato y nos abandonaron o nos perdieron después, como heroínas de opereta. Los menos entran en el panteón del romanticismo popular como Al Motamid, el rey poeta muerto en el exilio, o Boabdil que lloró ante su madre lo que no supo defender como rey. Pero lo que comparten todos es el tricornio tiránico de generalones, más aristócratas, más alto clero: el tridente con el que nos trillan milenio tras milenio desde Alejandro a Napoleón pasando por Julio César.


El gran mito fundacional de España se sitúa en la conversión de Recaredo que, al abjurar de su fe arriana, unificó los territorios godos bajo un Rey, una Patria y un
Dios. Como por arte de magia. Nadie recuerda ya que unos añitos antes Recaredo y su padre el rey Leovigildo habían derrotado, apresado y matado a su hermano e hijo respectivamente, —el heredero al trono visigodo— nada menos que por haberse convertido al catolicismo. Hermenegildo. San Hermenegildo para más inri. El mito fundacional de España —o de esta patraña— construido sobre la traición, la sangre fraterna y el disimulo padre. Y que viva el Rey y que viva EStaPAtraÑA entera.
Nos dicen que un pueblo necesita un Dios, una Patria y un Rey, pero para mí que son aristócratas, generales y obispos quienes necesitan un Pueblo, sin el cual son tan de cartón piedra como los títulos de la familia real griega. Un Pueblo es mucha gente, cada una con su fe, su ideología y sus convicciones. Convenced a vuestros hijos de que entreguen su soberanía y los veréis tornarse en lacayos, rebaño y carne de cañón. Por la guasa de dios. Por la guasa de Dios, del Demiurgo o del mismo Diablo si se tercia.
Sean por Andalucía libres EStaPAtraÑA y la humanidad.

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