El sistema que rige este mundo en el que nos desenvolvemos nos ha adormecido entre muchas intrigas y fantasías (de ahí que los Sálvame y las series rosas y cotilleos sean líderes de audiencia).
Nos han educado en que el valor primario es la competitividad, que la igualdad de derechos y la participación en la política es cosa de utopías. Y como buen rebaño entrenado sabemos decir beeee, beeee sin apenas oposición a un sistema capitalista donde el Dios que impera no es el Cristo crucificado, sino que es don Dinero, el Dios Mercado.
Y lo peor de todo es que lo hacemos convencidos de estar en el lado correcto. Cuando le dimos la espalda a Marx y Engels, les dimos carta blanca a la concentración extrema de la riqueza a muy pocas manos, a aquellas que pululan por los áticos de la sociedad, por los Palacios reales y por consiguiente a la corrupción, que lleva consigo el empobrecimiento de la clase trabajadora.
A nuestro propio origen y esencia. Hoy se ve como los valores democráticos que pintaron en el horizonte peligrosamente se están escorando y orientando a sentarse otra vez en TRONOS (aunque de otro modo, léase Hungría, Polonia, Turquía, o léase Trump, Bolsonaro, y los que vendrán y a conseguir el poder absoluto).
Sin embargo, seguimos sin hacer nada y permitimos con nuestra pasividad y con nuestro voto los monopolios televisivos, la transformación de los medios de comunicación en reproductores del discurso oficial (llámese Toma Nota, Canal Sur, Telemadrid y muchos más) y que los núcleos del poder económico haya privatizado hasta la democracia.
Y en eso estamos. Y sin movernos. Y callamos, en una actitud cercana a la mansedumbre, en las puertas de una dictadura pintada con pintura democrática, pero solo pintura. Vamos en caída libre, sin red de protección ni conciencia que es lo peor (salvo algunos pocos que encima les llamamos locos).
Antonio Durán Montero