El oficio de contar, créanme, es en ocasiones de lo más ingrato y saborío de lo que ustedes pueden llegar a pensar. Ya no sólo por el cariz que pueden tener las noticias contadas, que a veces transmitir las nuevas hace que se le corte a uno la digestión o se le encoja el alma por mucho que quiera poner la distancia necesaria.
No, esos casos son los normales, pues somos humanos y debe llegarnos al alma la tragedia narrada. Los que no debieran ser normales, ni siquiera una miaja son aquellos casos en los que la noticia es que no se puede contar noticias.
No porque no existan, que como las meigas, haberlas haylas, sino que los que las más de las veces son los actores principales de las mismas, simplemente que no quieren verse retratados.
Dado que ya dijera Quevedo que “poderoso caballero es Don Dinero que ablanda al juez más severo” poco les podemos contar que ustedes, contumaces lectores, no sepan ya de cómo se cuecen las habas en la corte, por mucho que se digan los cortesanos de señores de postín y alta democracia.
Y en estos andares, porque andar hay que andar aunque sea andando en solitario, nos hallamos en la redacción de Tu Periódico, tanto que por andar, tenemos que andar con papeles de por medio. Poco nos importa, ustedes ya nos conocen y si quieren verdades, vendrán a buscarlas. Al menos, eso sí, las verdades que humildemente podamos contarles, por tiempo y salud, que nunca por dinero nos van a soliviantar la integridad de lengua ni de pluma.
Así es tener la sartén por el mango, esperando que todos se tercien a los pies del cortesano, que por costumbre tiene que sólo se hable virtudes.
Créanme, que si virtudes solo hubiera, nuestra pluma las glosaría sin más ofensa que el error al escribir que el dedo comete cuando son las tres de la madrugada y los ojos se miran el uno al otro.
Lo ingrato, como les contaba antes, viene cuando el mentidero, los voceros y las palmas tienen tan el mismo compás que es difícil el distingo de unos y otros, y cuando todos, menos los indignos, se sientan a la misma mesa a comer, que con jamón y tinto todo se suele ver con mucho mejor color. Al menos, el color de las dádivas.
Tener la sartén por el mango, sin embargo, es óbice para tener una visión preclara de lo que acontecerá, anestesiados los sentidos y abotargada la inteligencia por esa chulería tan gallarda de saberse ganador antes incluso comenzar carrera. Eso que ustedes llaman por aquí ir de sobrao.
Uno, que considera que en lo bajo, en el medio, y sobre todo, en lo alto, se ha de ser digno y humilde, seguirá con la pluma afilada del que tiene, aunque sea bit a bit, algo que contar, sin fiar a más nadie que a su conciencia y honradez, y sin dar cuentas de lo contado más que a su confesor y a ustedes, y va sobrando lo primero que ya con ustedes sobra de entendederas.
Váyanme con el dios de su elección, y recuérdenme los comensales este consejo: en el baile de que toca por venir, no se dejen la dignidad en la silla.