Cada cierto tiempo los medios generalistas ponen el foco en Madrid y se olvidan de que España es más grande que la ciudad de la Cibeles. No es un problema tan sólo de los medios de comunicación. También caen en el error partidos políticos, organizaciones de todo pelaje y, a veces, los propios ciudadanos.
En estas varas nos encontramos con la celebración de la campaña electoral de la Comunidad de Madrid, a cuyos comicios, al parecer, estamos invitados todos los españoles. Día tras día nos desayunamos, almorzamos y cenamos con las declaraciones de Ayuso, Gabilondo o el resto de los contendientes en la batalla por las urnas. Dar importancia a las noticias provenientes de Madrid o Cataluña sobre el resto de comunidades no es algo nuevo, pero comienza a ser algo harto complicado de evitar en los informativos, y por tanto, harto complicado de aguantar.
Esta falta de aguante mía —que soy una persona paciente, no se crean— tiene más que ver con la centralización del mensaje, de las políticas y de la importancia del territorio. La pandemia se llevó algo más que la vieja normalidad, también se llevó el relato de la España Vaciada, y con ella, el resto de la España a medias habitada. Por lo tanto, Teruel ha vuelto a dejar de existir, Gamonal solo es noticia si hay quema de contenedores y Jaén si algún policía de Linares saca a pasear su yo menos policial.
Tiene guasa que, en el camino por la descentralización iniciado por la Constitución del 78 y el Estado de las Autonomías para el reconocimiento de las identidades y necesidades locales, el grueso de las instituciones estatales —¿han reparado en el Senado o la coordinación en la política sanitaria durante la pandemia?— y de sus colgantes adláteres, los medios, aún no hayan aprobado la asignatura del conocimiento de la pluralidad de este país.
Decía Tocqueville —ya ven, un francés liberal que escribió sobre el proceso de centralización de una Francia revolucionaria— que hay una directa relación entre las autonomías locales, las libertades individuales y la capacidad de cambio de una sociedad, haciendo importantes los cocetos de local, individual y cambio, algo, al parecer, ajeno al Señor Estado y sus patitas, los señores que deciden qué es noticia y qué no.
España es país de profundas contradicciones, y la de la descentralización centralizada no iba a quedarse fuera del cesto de perlas que hacen bueno aquel Spain is different que acuñó el franquismo y resume como pocos la idiosincrática relación que tiene el español con su patria chica y la ineludible comparación que se autoexige con cualquier capital de provincia primero, y con las Grandes Capitales después. De esta forma, para el español medio existe siempre La Ciudad —así, en mayúsculas, que Madrid o Barcelona son muy señoras para estas cosas— y el pueblo, aunque este sea, de facto, ciudad. A este respecto, la rivalidad de San José y La Rinconada viene al caso. ¿No es La Rinconada, aquella, la aldea, mientras que San José es el barrio? Cuál de ambas tiene mayor importancia, si no es el mismo municipio, la misma ciudad, el mismo vecino.
Ya ven, empecé hablando de que Madrid está hasta en la sopa, y terminé diciendo que La Rinconada tiene los fideos desperdigados.