Lo confieso, soy un Aburrido. Pertenezco a ese club de gente con exceso de tiempo y de sentido crítico que pretende mejorar el suelo que pisa. A esa clase especial y despreciable de ser humano que se plantea no seguir con las inercias de toda la vida, por el simple hecho de que, quizá, se pueda hacer de otra manera, y que esa manera sea mejor.
Lo confieso, soy un Aburrido. Cuando camino por las calles de mi ciudad, miro al suelo, a los defectos, a las asimetrías de un urbanismo creado para ser armonioso. No es que ustedes, gentes afanosas, me lo pongan fácil. Sus cajas de cartón fuera de los cubos de reciclaje, los excrementos de sus perros, sus chicles, sus colillas, sus escombros, su suciedad, afean el lugar. Como Aburrido, me chirría todo esto, y tengo la osadía de quejarme. Al igual que otros Aburridos, recibo algunos tibios comentarios de apoyo y decenas de burlas hacia mi condición. A veces me planteo si esa no es otra clase de bullying. Si no estoy siendo maltratado por mi Aburrimiento, por mi querencia de vivir en un espacio urbano, en vez de en una pocilga.
«Eso se ha hecho toda la vida de Dios» esgrimen —con toda la razón— quienes me tildan de Aburrido. Mientras, yo pienso que toda la vida de Dios se lanzaba la mierda por la ventana al grito de «Agua va». Esa era la costumbre, como lo era, para no irnos más lejos, ver a drogadictos pincharse en los oscuros balcones. No hace tanto de eso, créanme, y la gente los evitaba, pero no hacía nada para cambiar esta estampa urbana más que pedir a los ayuntamientos más seguridad.
He aquí donde entra en juego otro rasgo de este club de los Aburridos. Pensamos que el ayuntamiento, que la policía, que las Cortes, que los jueces, forman parte de la sociedad, pero no son ni sus guardianes, ni sus pastores. Servidores públicos, es como se les llama en conjunto. Para los Aburridos, quien debe guiar a la sociedad es la propia sociedad. ¿Acaban las multas con los actos incívicos o son los reproches sociales? Para contestar a esta pregunta, háganse a ustedes mismos esta otra: ¿dónde se arrojan los escombros cuando no se hace en los lugares apropiados? Los vertederos ilegales suelen estar fuera de los pueblos, de las ciudades, allí donde nadie lo ve. ¿Miedo a la multa? Sin duda, pero esa multa no existirá sin el reproche social que supone la denuncia (normalmente, de un Aburrido). Dejemos de clamar que el alcalde nos ponga tal o prohíba cual, que bastante tiene con gestionar nuestro dinero para mantener la ciudad lo más limpia posible de cerdadas.
Se ha hecho de toda la vida de Dios. ¿Escupe u orina usted en la calle?, ¿pega a su hijo una buena tunda con el cinto por haber suspendido todas menos recreo?, ¿le da a su pequeño o pequeña de 8 años una refrescante cerveza o un chato de vino? Pero, alma de cántaro, si se ha hecho toda la vida, no me diga usted que, sin proponérselo, el aburrimiento le hace mella. No me dirá tampoco que al niño que no le come no le ha dado un poco de saludable Kina. Que tuviese 13º de alcohol es otro cantar.
Les voy a contar una cosa de Aburrido. De pequeño, veía cómo en casa se preparaba la cena de Navidad, y que siempre el plato especial era la fastuosa pierna de cordero. Admiraba como mi madre preparaba las viandas, poniendo todo detalle en la guarnición, el emplatado, la iluminación. Cómo se iba preparando aquella pierna de cordero que, justo antes de entrar al horno, recibía un enorme golpe para partirla en dos. Tras varios años observando, en mi alma de Aburrido surgió una pregunta, y como si se es Aburrido, se es entero, la hice en voz alta: «Mamá, ¿por qué rompes la pata de cordero?» «Mi madre lo hacía así, es parte de la receta», me contestó ella al momento, «se ha hecho de toda la vida». Aquella respuesta no era satisfactoria, y de este modo le repetí la pregunta a mi abuela, «¿por qué hay que partir la pata de cordero?». «Mi niño, así me lo enseñó mi madre, tu bisabuela, que preparaba este plato para toda la familia».
Tampoco esa respuesta me satisfizo, y en cuanto pude, le pregunté a mi bisabuela, ya muy mayor. En ese momento estaban presentes mi madre y mi abuela, y ante la pregunta me dijeron que estaba muy pesado, que si estaba aburrido. Aquella vez fue la primera vez que me lo llamaron. Mi bisabuela, en cambio, levantó la mano y contestó: «la pierna de cordero no entraba en el pequeño horno que tenía, por lo que tenía que partirla para poder cocinarlo». Dos generaciones llevaban partiendo una pierna de cordero para hacer la receta familiar, sin tener idea de que aquel golpe era totalmente innecesario y que partía de una circunstancia que ya no existía y que, en cambio, había producido varios accidentes por el camino.
Otra cosa de toda la vida de Dios es que los andaluces hacen mucha gracia al hablar. Yo no soy andaluz, soy norteño, pero como Aburrido les tengo que decir siempre he pensado que aquello de hacer hablar a un sevillano para troncharse con su acento era bastante racista, al igual que considerar a los andaluces —por el simple hecho de serlo— unos vagos o unos patanes. Sí es de ser patanes o vagos el considerar que, por existir barrenderos, es su labor limpiar la basura, que conscientemente, arrojamos al sueño. Este hecho, además de crear una nueva clase de servilismo, es de poca vergüenza y ningún respeto, ya no hacia las personas que ocupan estos empleos —que también—, sino hacia la propia dignidad, y la de nuestra ciudad.
Lo mejor es que, como se ha hecho de toda la vida de Dios, cuando la Guardia Civil o la Policía Local les vea tirando la colilla al suelo, les arree un par de buenas hostias y santaspascuas. Quizá entonces se piensen ustedes lo de estar Aburrido.