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El siguiente texto se publicó originalmente en El Salto Diario, en una serie de dos artículos (artículo 1 y artículo 2)
Eugenio Romero, productor e investigador agroecológico
Si tienen oportunidad vayan a visitar el pequeño pueblo cacereño de Romangordo. Se ha hecho famoso, entre otras cosas, por los preciosos trampantojos que adornan puertas y fachadas. Imágenes que parecen reales pero que no lo son. Las figuras humanas y animales están muy conseguidas, pero son una ilusión.
Lo mismo ocurre con los comentarios que dicen que la agricultura convencional tiene mayor rendimiento (entendido como producción en kilos o toneladas por superficie medida en hectárea o metros cuadrados) que la agricultura ecológica. Es una ilusión, pero no es real.
Depende de muchas cuestiones que, como se comenta a continuación, no permiten hacer esa afirmación. Otros trampantojos que se abordarán en este texto son los de que no se pueden producir alimentos sin fertilizantes de síntesis química y que tras la “Revolución Verde” se han multiplicado los rendimientos gracias a estos abonos químicos. Vamos por partes.
Para empezar, es importante recalcar que para comparar el rendimiento de dos tipos de manejos diferentes (ecológico y convencional) siendo mínimamente riguroso, debemos hablar de las mismas condiciones temporales, edáficas, meteorológicas, hídricas, etc. De nada sirve comparar una parcela en ecológico en regadío con una convencional en secano y viceversa o una parcela en convencional un año con la misma en ecológico al año siguiente, así como dos situadas en diferentes pueblos, comunidades autónomas o países.
Lo riguroso es comparar, por ejemplo, la misma parcela (o dos muy cercanas) con 5 o 10 años en ecológico una y con el mismo tiempo en convencional la otra. Por supuesto, con los mismos cultivos y la misma cantidad de agua y sistema de riego en su caso. Son numerosos los ejemplos recogidos por la evidencia científica que demuestran que la agricultura ecológica es tanto o más productiva que la convencional. Depende de diferentes cuestiones. Y lo consigue, lógicamente, sin abonos de síntesis química, sólo con abonos de origen orgánico.
La revista Nature publicó el artículo de Verena Seufert (2012) según el cual la agricultura ecológica tiene una capacidad productiva por unidad de superficie igual a la de la agricultura industrial para algunos tipos de frutales y semillas oleaginosas y una producción del 75% en otros cultivos. En el estudio dirigido por Catherine Badgley en 2007 se compararon los rendimientos por unidad de superficie de alimentos ecológicos frente a los convencionales para un conjunto de 293 ejemplos diferenciando entre países desarrollados y en desarrollo. En la mayoría de los casos la media de rendimiento fue ligeramente superior para convencional en países desarrollados y superior en ecológico en países en desarrollo.
Ambos estudios demuestran que no se puede afirmar categóricamente que la producción ecológica por unidad de superficie es menor que la convencional. Depende de muchas variables.
El equipo de David Tilman publicó, también en la revista Nature, un informe que compara dos formas alternativas de cultivar maíz (con estiércol la primera y con alternancia de leguminosas la segunda) que mantienen unos rendimientos equivalentes a los de la agricultura convencional, pero que, a diferencia de ésta, aumentan la fertilidad del suelo reduciendo las pérdidas de carbono y nitrógeno por lixiviación.
Los rendimientos medios durante diez años (1986-1995) en kilos por hectárea fueron casi idénticos: 7.140 (estercolado), 7.100 (leguminosas) y 7.170 (convencional). En cambio, la cantidad de materia orgánica del suelo y su contenido en nitrógeno aumentaron claramente con los dos sistemas orgánicos y disminuyeron ligeramente en el sistema químico. Además, durante 5 años se comprobó que con los agroquímicos se lixiviaba un 60% más de nitrato hacia las aguas subterráneas que con los sistemas orgánicos.
La Academia Nacional de Ciencias en EE.UU. publicó un estudio en 1989 sobre once fincas concluyendo que aquellas que apenas aplican productos químicos a sus cosechas obtienen tanta productividad o más que aquellas en las que usan plaguicidas y abonos sintéticos. Una investigación de Erik van der Werf realizada en 1993 en India meridional comparaba siete pares de fincas ecológicas y convencionales y concluía que las primeras eran tan productivas y rentables como las segundas. Y añadía que si se extrapolaban los resultados a la nación entera, la generalización de la agricultura ecológica no tendría efectos negativos sobre la seguridad alimentaria, reduciría la erosión y desertificación del país, mejoraría la fertilidad de los suelos y reduciría la dependencia económica del extranjero.
Centrándonos en nuestro país, diferentes estudios realizados en la Estación Experimental Agraria de Carcaixent (C. Valenciana) concluyen que en cítricos y hortalizas no hay diferencias apreciables de rendimiento entre agricultura ecológica y convencional.
Finalizo con el estudio de David Pimentel, en el que compara dos sistemas de producción de maíz: el procedimiento convencional (agricultura intensiva de altos insumos químicos) frente a un sistema más equilibrado con caballones, rotación de cultivos (maíz/ soja/ alfalfa o arveja) y buenas prácticas agroecológicas (la rotación reduce las plagas y enfermedades, la fertilización orgánica mejora la estructura del suelo, el cultivo invernal de alfalfa o arveja como abono verde nutre el suelo y lo protege de la erosión).
En este segundo sistema, todos los aportes de nitrógeno procedían de fuentes orgánicas (estiércoles, abono verde); se añadieron pequeñas cantidades de fósforo y potasio inorgánicos.

En el mismo trabajo David Pimentel estimó también –de manera muy conservadora— los costes ambientales anuales de la producción convencional de maíz, obteniendo las siguientes cifras:

Si añadimos estos “costes ocultos” a los costes de producción de 523 $/ha, obtenemos una cifra de 804 dólares por hectárea y año (¡sin incluir el precio del agua de riego!), frente a los 337 dólares del sistema más ecológico. En este caso, significa menos de la mitad de los costes monetarios, numerosos beneficios ambientales incuantificables pero no por ello menos reales, y por añadidura más empleo y un 8% más de cosecha.
Una vez revisados algunos de los artículos científicos publicados en diferentes revistas de prestigio, pasemos a la otra ciencia, la de a pie de campo, la de la experiencia diaria que no se escribe en los papeles.
Les dejo el testimonio de este agricultor (entre otros) [vídeo abajo] de la provincia argentina de Buenos Aires en el que a partir del minuto 15 cuenta cómo tras dejar de aplicar agroquímicos empezó a ver cómo mejoraba la producción por unidad de superficie en sus campos de girasol, soja y trigo y, sobre todo, cómo se redujeron los costes de producción y aumentaron, en consecuencia, sus ingresos.
La Fundación Entretantos ha sacado una serie de vídeos en los que diferentes productores y productoras en ecológico tanto en agricultura como ganadería cuentan de su propia voz cómo ha cambiado su vida y su negocio tras dejar la agricultura convencional.
Escúchenlos y párense a reflexionar.
Además de estos testimonios grabados, con los que terminé la primera parte del artículo, les puedo comentar algunas conversaciones que he tenido con productores ecológicos. El pasado mes de abril visité la Bodega Pago Los Balancines (Oliva de Mérida, Badajoz) muy cerquita de mi pueblo (Guareña).
Uno de los gerentes nos contó que la viña que tienen, y por cuyos vinos han obtenido diferentes premios a nivel nacional, además de ecológica es de secano. Casi nada. Sin químicos, sin agua, con abono orgánico y pastada a diente por ovejas que estercolan de forma natural consiguen una producción media entre 2.000 y 3.000 kilos por hectárea llegando en algunas parcelas a los 4.500 kg de uva por hectárea.
Si recurrimos a los datos del Ministerio, la media de producción en Extremadura para viña de vinificación en secano y en convencional es de 2.987 kgs/ha en la provincia de Badajoz y 1.498 en la provincia de Cáceres. Si no se lo creen sólo tienen que visitar la bodega y preguntar. Y de paso comprar uno de sus espectaculares vinos.
Otro caso. Antes de la pandemia visité la finca municipal de mi pueblo (gestionada por AMGSA, Agropecuaria Municipal de Guareña S.A.) junto al gerente de la misma. Setecientas hectáreas de las que ciento treinta y cinco están en ecológico. De ellas, sesenta son de tomate ecológico en las que obtienen una producción de 90 toneladas por hectárea. Datos similares a la producción en convencional en Extremadura. Y como afirma el gerente “cuidando el suelo y con menos manejo”.
Me llamó gratamente la atención la presencia de una montaña de estiércol que estaban removiendo en ese momento con maquinaria pesada (adjunto foto) con el que abonan estas parcelas además de con compost de restos vegetales.

Por experiencia diaria personal en el campo puedo confirmar cómo veo cada vez más gente a mi alrededor descargar remolques de estiércol para complementar o sustituir la fertilización química en sus parcelas en convencional. Sin duda la fertilización orgánica se está extendiendo. Lo lleva haciendo unos meses y se está acelerando por el encarecimiento y escasez de los fertilizantes químicos. No sólo en Extremadura y en España, sino en todo el mundo.
Por poner dos ejemplos. La semana pasada el gobierno de Perú entregó 180 toneladas de guano de las islas, estiércol de aves, a unos 6.000 pequeños agricultores del valle de Chancay, al norte de Lima, para garantizar los cultivos, ante el incremento del precio internacional de los fertilizantes. En Estados Unidos, también por el precio que está alcanzando la fertilización química, la utilización de estiércol se está disparando y las propias empresas que se encargan de su venta reconocen que aún no tienen suficiente para satisfacer la demanda.
¿Es, por tanto, la agricultura ecológica menos productiva que la convencional? No, depende de multitud de factores. ¿Se pueden producir alimentos sin fertilizantes químicos? Se lleva haciendo durante siglos en muchas partes del mundo y en nuestras latitudes cada vez más. Los precios y la escasez de los abonos de síntesis química harán aumentar progresivamente el uso de estiércol, compost y otros abonos de origen biológico.
Es más, la agricultura convencional sólo puede mantener altos rendimientos durante un tiempo aumentando cada año la cantidad de fertilizantes químicos. Esto acaba destruyendo la biodiversidad del suelo, fundamental para obtener una buena producción, por lo que va aumentando cada año la dependencia y la cantidad de los fertilizantes. De esta forma el rendimiento por unidad de fertilizante va disminuyendo cada año. Es lo que se llama Ley de los rendimientos decrecientes.

Diferentes estudios muestran, además, que las parcelas en ecológico mantienen un rendimiento más regular a lo largo del tiempo que las parcelas en convencional. Son menos afectadas por los cambios en la meteorología lo que hace mantener unos ingresos económicos más estables a lo largo del tiempo.
Llegados a este punto me gustaría hacer una reflexión que he ido adelantando a propósito durante todo el texto. Siguiendo la línea del profesor Miguel Altieri, ¿por qué tenemos que hablar sólo de producción por unidad de superficie y no hablar también de otras cuestiones fundamentales para la economía y la viabilidad de las explotaciones agrarias como la producción por unidad de energía utilizada, de agua consumida, de suelo perdido, de euro invertido, etc? En ese caso sí se puede decir de forma categórica que la agricultura ecológica tiene mucho más rendimiento que la agricultura convencional. Los estudios que lo demuestran son múltiples y los testimonios orales también. Algunos de ellos lo han anunciado anteriormente.
Seguimos con el último trampantojo: desde la “Revolución Verde” (años 60) se han multiplicado los rendimientos gracias a estos abonos químicos. La gráfica anterior muestra claramente lo contrario. La utilización masiva de fertilizantes y pesticidas químicos desde los años 60 no sólo no ha aumentado el rendimiento de la tierra, sino que ha ido disminuyendo sin parar. La producción de alimentos ha aumentado desde los años sesenta no por un mayor rendimiento por unidad de superficie, sino por aumentar la superficie cultivada. Lo que se llama la “frontera agrícola” ha aumentado en 300 millones de hectáreas desde 1960 como muestra esta gráfica de la FAO.
Se ha producido en países “en desarrollo” vinculado en gran medida a los monocultivos y la deforestación para cultivar materias primas destinadas a la ganadería industrial europea, estadounidense, etc. Esto no es más que la consecuencia de la separación progresiva entre agricultura y ganadería que se lleva produciendo durante mucho tiempo y agudizado tras la “Revolución Verde”. Se redujo drásticamente el ganado de labor, se abandonó el pastoreo, el aprovechamiento del monte, etc. El equilibrio que había entre el estiércol/abonos vegetales y la superficie cultivada se rompió.

El modelo agroganadero dejó de ser autosuficiente energéticamente como cuento en este texto y externalizamos a otros países la producción de las materias primas que conforman el pienso y la alimentación de la ganadería.
No quiero terminar este texto sin aportar dos últimos datos. Lo que sí ha traído la Revolución Verde es un drástico aumento de las resistencias a pesticidas en insectos, patógenos de plantas y plantas adventicias o malezas. Todo esto influye muy negativamente no sólo en la biodiversidad del suelo, sino también en el bolsillo de las familias que se dedican a la agricultura.

Por último. El mundo ya produce suficiente alimento para alimentar a los 9 mil millones de personas que se esperan para el año 2050. El hambre que afecta a millones de personas en todo el mundo no es un problema de producción, sino de especulación y distribución de los alimentos.
Espero haber podido aclarar algunas cosas que, por otra parte, no son nada nuevas para las personas que nos dedicamos a la agroecología. No olviden consultar los enlaces en azul para más información y no olviden visitar Romangordo para ver sus trampantojos.